domingo, 20 de septiembre de 2020

El despertar - Capítulo 27 -Keira

Se encerró en la habitación y aunque aporreaba la puerta, Mirtha no abrió.  A través de ella se escuchaba su llanto, y Alfred desesperado, no sabía qué hacer, qué palabras expresar para que entendiera que él no había tenido nada que ver, y que no existía nada con la francesa, sino que había sido una argucia, hecha adrede de ella.  De nuevo la impotencia se adueñaba de él y con ello el mal humor y la furia, no por su mujer, sino por su compañera.  No sabía el tiempo que había pasado, cuando la puerta al fín se abrió.  Estaba sentado en el suelo junto a la habitación, y no se movería de allí hasta que pudiera explicarla lo sucedido.

Pero ella no quiso escuchar ni saber nada . Pasó delante de él que la retenía por un brazo para hacer que le mirara, pero la mirada de ella era tan fría, tan fulminante, que la dejó ir. Bajó lentamente la escalera y se metió en el salón pensando en cómo se había iniciado el día y que fatalmente estaba transcurriendo.  Intentó de nuevo acercarse a ella, pero se detuvo en seco, cuando la vio  con una maleta pequeña. ¿ Se iba? ¿ Adónde?  Nuevamente se encaminó hacia ella pidiéndole disculpas de algo que no era su culpa, pero no importaba : tenía que escucharle, aunque tenía sus dudas de que le creyera, pero al menos lo intentaría.

Pero no sacó nada en limpio ella se iba, y desde la puerta se volvió y le dijo:

- Cuando te marches echa la llave a la casa; no volveré por aquí



 Y dando un portazo cerró la puerta. A poco escuchó la puesta en marcha de un motor y el coche de Mirtha alejándose de allí. No tenía más que dos sitios a los que acudir: la casa de sus padres y la de Mildred.  Se inclinó por ésta última, ya que iba tan furiosa que no sabría cómo explicar lo sucedido. Pero él tendría que advertirles de lo que había ocurrido
.
Volvería  a Ginebra, no tenía objeto permanecer un día más.  Ni siquiera le había dado tiempo a entregar los regalos, olvidados con el ardoroso fragor del encuentro.

Marcó el número de sus suegros y lo más suavemente que pudo les contó algo de lo sucedido, y lo mismo hizo con Mildred, para que estuviera sobre aviso de que iría seguramente hasta su casa.  Puso los regalos encima de la mesa del recibidor indicando a quienes iban dirigidos. Pero en el de Mirtha escribió una corta nota en la que decía:

" No es así como lo imaginaba. No tienes razón, pero te lo explicaré algún día con calma.  Te compré este perfume en el aeropuerto, porque aunque no lo creas, me acuerdo de tí constantemente, y sólo espero que algún día te des cuenta de ello. Como te prometí, estaré en el parto y sólo espero tengas la deferencia de anunciar cuando esté la hora próxima.   Alfred ".

Después subió a la habitación se vistió y pidió un taxi por teléfono que le conduciría al aeropuerto y su regreso a Ginebra y posteriormente a Aketa si fuera necesario. Ahora no quería pensar en nada, no podía.

Al llegar fue directo hasta su apartamento.  Estaba cansado, agotado física y moralmente. Sacó una botella de coñac, y echó un poco en una copa,  Lo bebió de dos tragos; sólo quería dormir, dormir y olvidarse de todo.

Como Alfred imaginara, fue a casa de Mildred. Al verla, se echó a llorar abrazándose a ella.  Entrecortadamente la relató lo que había visto en televisión y provocó el disgusto enorme entre ellos.

- ¿ Qué te ha dicho ?

- ¿ Qué crees ? Que era mentira, que había sido ella.

- Y tú claro muy digna no le escuchaste ¿ te has parado a pensar que quizá sea verdad? ¿ Crees que hubiera venido para estar sólo dos días, muerto de cansancio pero deseando verte? ¿ Lo has pensado?  A veces actúas muy extrañamente. Y perdona, pero no puedo apoyarte en ésto sin haber escuchado lo que él tenía que decir

- O sea que la culpable he sido yo por no tragarme sus mentiras. Te recuerdo que tuvieron una relación de casi un año, y no de compañerismo, precisamente.

- ¿ Quién te lo dijo ? Él ¿ verdad ? Se podía haber callado, y sin embargo te contó todo. Llámale. Hazlo ahora mismo.  Toma -, y extendiendo el brazo, dejó frente a su amiga el aparato, pero Mirtha, se levantó y se marchó de la casa.

No le quedaba más que refugiarse en la de sus padres. Sentía que el corazón le saltaba fuera del pecho y que la costaba respirar.  Quería llorar y no podía. Entonces se dió cuenta de que todo eso repercutiría en su hija y mordiéndose los labios sacó su móvil y marcó el número de su marido. Pero Alfred entraba en el aeropuerto y lo tenía apagado.  Había conseguido el único billete disponible para Ginebra y en ese momento estaba pendiente de entrar al avión.

Ni por lo más remoto había imaginado algo como lo que había ocurrido, y sin embargo ahí estaba, esperando a despegar para echar hacia atrás el asiento y cerrar los ojos.  La cabeza le estallaba de dolor. Tenía un nudo en la garganta y unas ganas terribles de gritar. No deseaba siquiera recordar su rostro. Todo había sido tan surrealista que le costaba trabajo entenderlo.  Y maldijo el momento en que se le ocurrió encender el televisor y ver aquella escena que no olvidaría nunca.

Sus amigos se extrañaron de su pronto regreso,  dando una explicación de poca credibilidad, pero le importaba un pepino que se la creyeran o no.  Se dió una ducha y se metió en la cama. Sería difícil volver a Dublín.

Había creído que Mirtha se había recuperado de su depresión, pero posiblemente se reprodujera con su estado y con su ausencia.  Se volvió a creer que estaba sola, y de nuevo el pensar en William estuviera en su cabeza más de lo necesario.  No sentía celos, sino una rabia e impotencia que necesitaba descargar contra alguien, porque no encontraba explicación para lo ocurrido.

Y no volvieron a comunicarse. Alfred partió a la semana siguiente hacia Uganda, pero cada día procuraba hablar con los padres de Mirtha o con Mildred .  El trabajo y las preocupaciones le tenían agotado.  Muchas veces cogía el teléfono y buscaba el número de su mujer, pero al final no lo marcaba.

Supo por sus suegros que salía de cuentas en un par de días y que posiblemente tuvieran que provocarle el parto.  De inmediato se puso en contacto con el ginecólogo que le dió toda clase de explicaciones

- Tiene  el tamaño requerido, y aunque  el peso es un poco  más bajo de lo debido, la niña no va a engordar más. Así que creo que lo mejor es provocar el parto y que fuera, alcance el peso en unos pocos días.  Es innecesario que la madre esté pasándolo mal.  Las dos están perfectamente. Ella me dará la contestación hoy mismo.

-  Si decide dar a luz por parto provocado ¿ cuándo sería ?


- A partir de hoy en cinco días. Más que nada, para que te dé. tiempo a estar con ella en ese momento.

- De acuerdo, te volveré a llamar para que me lo digas con certeza, dado que me desplazo desde un lugar muy lejano.

- De acuerdo.  En eso quedamos.

Al colgar le invadió una infinita tristeza; hubiera deseado que fuera ella quién se lo anunciara, pero no había modo de hacerlo. Cada vez que marcaba, un contestador le decía que ese número no existía, señal de que el móvil o lo había tirado o deshabilitado. Mucho se temía, que pasado un tiempo tendrían que hablar seriamente de esta circunstancia.  Habló con sus suegros, y comenzó a programar su viaje a Dublín, pero esta vez, aunque iba por un lado contento por conocer a su hija, por otro estaba infinitamente triste por la situación con Mirtha. 

Y de nuevo en un avión que le llevaría de regreso a casa. Su hija nacería al cabo de dos días después de su llegada.  Intentó ponerse al habla nuevamente con su mujer, pero no lo consiguió.  Quedó de acuerdo con su suegro para entrevistarse; le contaría la verdad de lo ocurrido y de la tozudez de ella. Al menos sabría cuál era su estado.

Mirtha lloraba no de susto, ni de dolor, sino de tristeza. Miraba las luces del techo mientras en la camilla era trasladada al paritorio. Su madre iba a su lado, pero a quién verdaderamente echaba de menos era a él, a su marido.  La había prometido que estaría a su lado, pero sabía que su trabajo era más importante para él que su mujer y su hija. No le llamaría para anunciarle que había nacido.  Estaba claro que no quería saber nada.

 La estaban preparando, cuando de pronto se abrió la puerta y Alfred estaba junto a ella. Tenía vuelta la cabeza hacia un lado mientras la terminaban de preparar.  Dos gruesos lagrimones resbalaban por sus mejillas.  Sintió una mano que acariciaba su mejilla y hacía que volviera la cara hacia él. Allí estaba, a su lado, fiel a su promesa.  El labio inferior le temblaba lo mismo que a un niño pequeño.  Alfred se inclinó hacia ella y la besó para calmarla.

- Tranquila yo estoy contigo.  Te lo prometí.  Y ahora vamos a traer al mundo a nuestra pequeña, a nuestra Keira.  Enseguida estará con nosotros.  Eres una mujer fuerte, así que haz todo lo que el doctor te indique. No me moveré de tu lado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario