viernes, 18 de septiembre de 2020

El despertar - Capítulo 23 - Bebé abordo

Y no tuvieron más discusiones.  Cada uno de ellos se acoplaba a las necesidades del otro y marchaban, de este modo, a las mil maravillas.  Mirtha seguía con sus estudios, pero dedicaba un día a la semana para reunirse con sus amigas. Solían comer fuera de casa y después iba a recoger a Alfred a la Organización para volver juntos a casa.

En las reuniones de amigas, hablaban de todo de sus vidas diarias:  niños quienes los tuvieran, discusiones matrimoniales y reconciliaciones nocturnas.  Se eludía comentar el tema Mirielle, dado que todas hablaban de algún escarceo con los maridos. Ella no dijo nada, pero era la misma situación de las otras mujeres, con la diferencia de que Alfred  lo tuvo antes de casarse. Parecía ser que la francesa se diversificaba, elegía uno y con el de turno, vivía unas apasionadas jornadas, con lo cual la francesa no gozaba de las simpatías de ninguna de las cuatro amigas.

Ese día estaba especialmente nerviosa por encontrarse con Alfred, tenía que comunicarle algo muy especial. No podía esperar a llegar a casa, así que lo haría en cuanto se vieran. La faltaba un año para terminar los estudios y graduarse, pero no tendría ningún inconveniente;  se organizaría, aunque al principio la costase un poco.  ¿ Qué opinaría él de lo que tenía que anunciarle?

Se sentó en una mesa en la cafetería esperando a que él bajase para almorzar. Siempre ocupaban la misma mesa, así que iría directamente hacia ella.  Y así fue, y como siempre la saludó besando sus labios con un beso ligero. La encontró nerviosa y algo sofocada. Siempre estaba pendiente del menor gesto que ella tuviera;  le preocupaba mucho si estaba nerviosa, deprimida o algo alterada.  Por nada del mundo quería que volviera a la situación que padeció; hacía tiempo, sí,  pero los nervios suelen jugar malas pasadas.  Con las bandejas de la comida en la mesa. Notó que dudaba en decirle algo.  Había estado con sus amigas, así que no creyó fuera algo importante, pero sí lo era, sobretodo para ellos.

- Verás Alfred. He de decirte algo

- Te he notado como preocupada y eso me inquieta.  Dime lo que sea y no me tengas más en ascuas.

- Vamos a ser papás dentro de siete meses más o menos

- ¿ Qué ? Repítemelo, repítemelo otra vez

- Estoy embarazada de dos meses

- ¿ Cómo no me he dado cuenta antes? ¿ Un hijo? ¿ Vamos a tener un hijo?

-¿ Lo vas a querer?

- ¿ Que si voy a quererlo? Lo quiero, con todas mis fuerzas desde este momento.¿ Has ido al médico?

- Si, está confirmado

-¡ Amor ! No sé qué decir.  Si estuviéramos en casa me pondría a bailar. ¿ Estás bien ? ¿ Está todo bien?

- Bueno... tú mejor que nadie sabes que hasta que no pasen los tres meses...

- Si, ya lo sé. Pero voy a cuidarte para que no ocurra nada malo.  ¿ Sabes cuánto te quiero?


Y rieron felices. Ese día apenas comieron. Eran demasiado felices para hacerlo.  Deseaban llegar a casa y que le contase con todo detalle  lo que el médico la dijo.  Y juntos iban a la consulta cada mes. Y Alfred la tenía como entre algodones, y ella riendo, se dejaba hacer.  Le veía con tanta ilusión y tan feliz, que si con esos cuidados él disfrutaba, pues que se los diera
.
Y el curso terminó para Mirtha con buenas notas.  Alfred la acompañaba al médico en cada visita Ya cumplia el quinto mes de embarazo, y por la ecografía supieron que era una niña, y eso le volvió loco, aunque en realidad no importaba si fuera chico o chica: le querría lo mismo:

- Un doble tuyo en miniatura - dijo al saberlo - abrazando a su mujer.

Aquella noche, mientras cenaban Mirtha propuso algo a su marido que le dejó pensativo:

- Quiero proponerte algo- le dijo

- ¿ Y es  ? - respondió él

- Deseo viajar a Irlanda. Tú estás muy ocupado; ya he terminado el curso y antes de estar más adelantada, me gustaría pasar unos días en nuestra casa. No la hemos disfrutado y me enamoré de ella, ya lo sabes

- Lo sé, y porque te gustó tanto fué que la compre.  Pero ahora no puedo viajar, cariño.  Estamos con  la investigación muy avanzada, y obteniendo buenos resultados.  No puedo dejarlo colgado ahora

- Pero puedo ir yo sola. Echo de menos a mis padres y a Mildred.  Hace mucho que faltamos y antes de estar más "gorda", me gustaría ir.


- Ni hablar, sola ni hablar. Si quieres ver a tus padres... podemos ir en fin de semana. Permaneces en casa y en el  siguiente puedo ir a recogerte.  De esta manera tú sacias tu añoranza y yo no abandono el trabajo.  Es muy importante, amor mío, es una vacuna para el tercer mundo.  No les podemos abandonar ahora que estamos casi al final.

- Lo entiendo, cariño, pero yo sola...  En fin si no hay más remedio, sea.

Y a regañadientes, Alfred aceptó el trato con su mujer.  No le gustaba nada permanecer alejado de ella, máxime en el estado en que estaba. Pero en Irlanda estaría cuidada por sus padres, y al regreso sería él quién la trajera de nuevo.  No veía ningún problema, así que sonriendo la dijo:

- Está bien. Así lo haremos ¿ Estás contenta?

- No lo estoy. Te echaré de menos y la semana se me hará interminable, pero comprendo que es lo mejor para que ambos quedemos conformes.

- Muy bien. Mañana mismo me encargo de los billetes.  Creo que vas a dar a tus padres una gran sorpresa.

Y como vaticinó, los padres de Mirtha ignorantes de su viaje, al abrir la puerta respondiendo a la llamada, se quedaron sin habla. A Mirtha se le empezaba a notar la redondez de su cuerpo, y la madre, al acariciar su vientre, se echó a llorar sin poder remediarlo.  Merecían esa felicidad; habían pasado mucho sufrimiento dándola por perdida, pero en su cara se reflejaba la felicidad y el amor que se tenían.  Y por si esto fuera poco, iban a ser abuelos. No se lo podían creer.

En cuanto tuvo un rato libre, se puso en contacto con Mildred y ambas amigas, se atropellaban por hablar las dos al mismo tiempo.  Dejarían pasar ese fin de semana para que los padres disfrutaran con tranquilidad de su hija, pero se verían el día lunes.

- Tengo unos deseos enormes de verte - la decía Mildred - y que me cuentes cómo va todo.  Sin entrar en intimidades, se entiende, pero cómo te va

- Me va muy bien, amiga. Alfred no sabe lo qué hacer conmigo; desde que ha sabido lo de mi embarazo, me tiene entre algodones, y a mi eso me gusta.

Ambas rieron a una, y quedaron en verse el lunes: tenían mucho de lo qué hablar.  Pasarían el día en la casa de Mirtha, esa casa de la que estaba enamorada y que no había tenido tiempo de disfrutar.  Allí, a solas las dos, nadie les interrumpiria y podrían hablar largo y tendido sobre su vida en Suiza.

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