jueves, 3 de septiembre de 2020

El despertar - Capítulo 5 - Su amiga Mildred

Como prometió a la madre, al terminar su turno, subió a verla antes de irse a casa. Estaba semi inconsciente, con un sueño alterado, pero debían, poco a poco, restringir la medicación, porque además debían comprobar si ella se iba recobrando por sí misma, y aceptar que.o se volverían a ver más.

A la segunda semana de su estancia en el hospital, la dieron el alta, con alguna medicación sobre todo por las noches, con el fin de que pudiera dormir lo más tranquilamente posible. Debía acudir a la consulta del psiquiatra todas las semanas para seguir su mejoría o su estancamiento.  A penas hablaba, ni con sus padres ni con nadie.  Había perdido peso ya que a veces se negaba a tomar alimento. No volvió a sonreír y deseaba estar siempre a solas en su habitación.


Revisaba una y otra vez las fotografías de William y a pesar de que la madre se las quiso guardar, ella se negó y ese día tuvo otro amago de crisis, con lo que optaron por dejar las cosas como estaban.  Pasaban los días, las semanas, y nada cambiaba. Su única salida era asistir a la consulta del doctor Philip, pero éste a duras penas conseguía arrancarle alguna palabra.  La desesperación de la madre era patente;  había veces que creía que su hija había perdido la razón.

-No sé qué más puedo hacer por ella. Francamente , no pone nada de su parte y así es imposible conseguir algún mínimo resultado positivo- comentó al médico.

- ¿ Cuánto ha pasado desde la tragedia?- preguntó el psiquiatra

- Cuatro meses. No sé qué hacer, estoy desesperada.  Creo que desea morirse

- No pierda la confianza.  En cualquier momento remontará. Sería bueno que la visitara alguna amiga o amigo; quizás con ellos se sincerara y podríamos actuar .

- Ha perdido la amistad con todos, pero me pondré en contacto con la que fuera su amiga más íntima.  De vez en cuando llama por teléfono para ver cómo sigue, pero Mirtha se niega a hablar con ella.

- Inténtelo una vez más. Me tiene muy desorientado; nunca se me había dado un caso como éste.  Hagamos todo lo que esté en nuestras manos por sacarla de ese estado. Llámeme si es que la amiga va a visitarla para decirme  cómo le sienta.


Y la madre en cuanto llegó a casa, y aprovechando que ella se recluyó en su habitación llamó a Mildred. La explicó lo indicado por el psiquiatra y la muchacha se ofreció encantada de poder ayudar en algo.  A la mañana siguiente, la visitaría como si fuese su idea y no la petición de la madre.

Por primera vez lograron un rayo de esperanza con la visita de la amiga. Hacía mucho que no se veían.  Se abrazaron y lloraron juntas al encontrarse de nuevo. Se quedaron a solas en su habitación  y la visita duró más de dos horas, a petición de la propia Mirtha.  Cuando se despidió de ella, la prometió volver otro día e incluso intentarían salir a dar una vuelta por los alrededores de la casa.

Al despedirse de Mildred, la madre se abrazó a ella y se interesó por qué tal había ido todo.

-  Parece que se queda un poco más animada.

 Volvería de nuevo pasados unos días, para que no sospechara que era un intento de sacarla de su ostracismo, sino que deseaba reanudar la amistad con ella.  Y en eso quedaron.  Un rayo de esperanza se abría en los padres y Mirtha, aquella noche cenó leche con galletas.  No era gran cosa, pero más de lo que había  ingerido en días anteriores.

Fiel a su promesa, Mildred se personó nuevamente a ver a su amiga, y aunque a regañadientes, consiguió salir a dar un pequeño paseo, ya que debido a su debilidad, se cansó enseguida.  Los padres bendecían  a la amiga porque gracias a ella, creían que su hija se recuperaría, lentamente,  y confiaban en que volviera a ser la misma.

Poco a poco, los paseos fueron más largos,  y el psiquiatra volvió a tener esperanza en su recuperación.  Cada vez, en las sesiones se abría un poco más.  Sería cuestión de tiempo.  El siguiente paso sería llevarla de compras, o al cine, o simplemente a merendar en cualquier cafetería.  Algo que la hiciera romper la rutina que ella misma se había impuesto.

El tiempo transcurría  inexorable, y pronto se cumpliría un año del fatal desenlace.  Los padres, quitaron hacía mucho, los calendarios de la casa, pero ella revisaba en su móvil el día y la hora que cada día marcaba.  Ese día era como si hubiera retrocedido en su terapia. Se despertó y de inmediato recordó que se cumplía el primer aniversario de su desaparición y del cambio de su vida, si es que a lo que hacía se le podía llamar así. Iría al cementerio; no podía faltar en un día como ese.  Compraría unas flores y las depositaría en su tumba.  Llamó a Mildred por si podía acompañarla. Ella no podía conducir debido a su estado de inestabilidad;  sin estar excesivamente lejos, el cementerio estaba lo suficientemente distante como para no  ir andando.

Su amiga trató de disuadirla, pero viendo que sería inútil, aceptó. Sería mejor ir con ella que no sola, ya que podría sobrevenirla  algún desmayo, y ella estaría allí para ayudarla.

- Paso a buscarte dentro de una hora.  Después comeremos en un restaurante ¿ te parece? - la propuso su amiga

-No sé si es un buen día Mildred. Prefiero que sea otro día.  Hoy no me encuentro muy bien

- Pues por eso. Es el día más indicado. Lloraremos, nos abrazaremos y después tranquilamente comeremos y beberemos un buen vino.  Ese será nuestro plan, precisamente porque es hoy.

Mirtha no supo qué decir, pero no le apetecía nada el plan, pero al mismo tiempo comprendía que debía hacer algo por tratar de seguir adelante. Quizá un trabajo; sus padres sufrían al verla en ese estado tan apático, y ellos, aunque nada dijeran, estaban preocupados por ella. Lo comentaría con su buena Mildred que tanto la estaba ayudando.


Así lo hicieron. Ante la tumba de William, no pudo soportarlo más e hincada de rodillas, explotó en el llanto que había estado conteniendo durante días y días.  Mildred hizo lo mismo, se abrazó a ella y ambas fundieron sus lágrimas.

  No la metería prisa. Era bueno que se desahogara y con un poco de suerte comprendería que en algún momento, debía recobrar su vida.  Que William no querría verla en ese estado: desaliñada, delgada y sin vida en su rostro.  Lo que él más amaba era la vitalidad que desprendía, los nervios que desataba para empujarlo a hacer cosas que debían contemplarse con calma. Sin embargo ahora era toda apatía.  Le daba igual una cosa que otra, simplemente dejaba pasar la vida sin importarle que estaba perdiendo lo mejor de ella; ya lo había perdido todo al morir William.

Cogidas del brazo, salieron del cementerio en silencio, quizás sobrecogidas por el entorno.  Mildred respiró aliviada, al menos no se había desmayado, ni había llorado con el desgarro que lo venía haciendo.Y en silencio, entraron en el coche.  Sin comentar a dónde ir, Mildred se encaminó hacia el centro de la ciudad. Mentalmente se había trazado un plan de acuerdo con la madre de Mirtha:  Irían de compras y después comerían en algún restaurante; trataría por todos los medios de que olvidase, al menos por un rato, la fecha que vivían.


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