miércoles, 23 de septiembre de 2020

El despertar - Capítulo 33 - La fiesta

Estaba deslumbrante y a Alfred se le empañaban los ojos al contemplar a su mujer.  Era la princesa de un cuento de hadas, y era su esposa, la había recuperado y notaba que la amaba más. No llevaba joyas, no las necesitaba; tenía una belleza sencilla y natural.

Él con esmoquin lucía gallardamente atractivo: era una pareja de cine. No era de extrañar que su hija fuera una preciosa muñeca.  La cara de Mirtha había cambiado radicalmente, Se había maquillado y recogido el cabello, dejando despejado el esbelto cuello que tenía.  El vestido era negro algo escotado, pero que la sentaba como un guante.  Había recuperado su figura, y a ella también la brillaban los ojos y sonreía algo avergonzada ante la insistente mirada de su marido que recorría su cuerpo embelesado.  También sonreía la enfermera, y así se lo hizo notar.  Keira descansaba tranquila y preparada para pasar la noche.

Cogidos de la mano se dirigieron al ascensor que les conduciría al salón.  A medida que se acercaban , comenzaban a oírse los acordes de una música clásica dulce, íntima, bellísima.  Era un cuarteto de cuerda que interpretaría la música de acompañamiento a la cena.  No habían muchas personas, sólo los componentes de la expedición y los acompañantes de los mismos, es decir novias, esposas, hermanas, etcétera. La única en solitario era Mirielle.

Cuando Alfred, dando el brazo a su mujer, hizo la entrada en la sala, muchos de los allí presentes, volvieron sus miradas hacia la pareja, y más intensamente hacia Mirtha.  Todos sabían que estaba casado y que recientemente había tenido una hija, pero ninguno de ellos conocía el rostro de su mujer.   Quedaron sorprendidos, y hasta alguno se atrevió con una broma:

- No me extraña que la ocultara.  Es preciosa; tendría miedo que se la arrebataran.

Ese comentario llegó hasta los oídos de Mirielle, que no pudo evitar morderse los labios de envidia.  Era cierto, nunca habían visto  una fotografía de ella, muy bien guardada en el  móvil de Alfred, en un álbum sólo para él.  Tuvo que reconocer que era una mujer hermosa, y al verlos juntos,  en la cara de él, se reflejaba el orgullo de llevarla del brazo.

La cena transcurrió amable a base de bromas y anécdotas de lo vivido en Uganda. Mirtha hacia todos los esfuerzos del mundo por ser simpática y amable. Se lanzó a contar alguna anécdota referente a su noviazgo. La estaba costando un gran esfuerzo parecer natural y abierta de carácter, todo lo contrario a como se sentía: nerviosa e inquieta, deseando que todo terminara cuanto antes.  Los ojos de Mirielle no se despegaban de su cara, y hubo un momento en que ambas miradas se cruzaron.  Mirtha, al darse cuenta, irguió los hombros e insufló aire a los pulmones.  Alfred observó como las aletas de su nariz se abrieron un poco más.  Él, fingiendo beber un sorbo de vino, sonreía interiormente:  su mujer no le había defraudado en ningún momento.  Ya no era la jovencita deprimida, insegura y temerosa a la  que un día ofreció su amistad.

¡ Cuánto habían cambiado las cosas!  Ahora estaba a su lado, tenían una hija y lo más importante:  se querían con tal fuerza que habían estado a punto de ahogar ese sentimiento y destrozarse la vida.  Los dos habían puesto de su parte para que eso no ocurriera, y aunque al principio ella se mostraba intransigente y decidida a no escucharle, había viajado hasta donde él estaba con el propósito de recuperarle, algo  que Alfred estaba necesitando y echando de menos.

Terminaron de cenar e hicieron durante un rato la sobremesa, y con el pretexto de la niña, se retiraron. Querían estar tranquilos, porque aunque no lo parecía, ambos habían estado nerviosos toda la velada. No sólo por el acto, sino por el día tan turbulento que habían llevado. Alfred deseaba quedarse a solas con su mujer; probablemente aún habían más cosas que comentar, aunque confiaba que todo había quedado claro.  Pagaron a la enfermera, fueron hasta donde su hija descansaba y comprobaron que todo estaba en orden, y que nada les impediría disfrutar de esa noche que deseaban después de un día tan azaroso.

Notaba que Mirtha estaba un poco cortada; no lo entendía, pero lo comprendió. Hacía tiempo que no estaban juntos y aunque tuviera que hacer esfuerzos sobrehumanos para no estrecharla entre sus brazos, se contuvo, y espero a ver por dónde ella tomaba el timón.

 Y bastó una sola mirada, pero que decía tantas cosas, que los dos a un tiempo fueron uno hacia el otro, y se fundieron en un eterno abrazo.  Las palabras ansiosas, ardientes de Alfred, se mezclaban con los te quiero de ella.  La emoción subía por momentos y entonces sus manos comenzaron a posarse en la ropa deshaciéndose de ella, de las de los dos, al unísono, buscando sus bocas y acariciando sus cuerpos.  Y al fin ocurrió lo que durante tanto tiempo desearon, y el irrefrenable instinto y deseo, se desató en esa noche única, borrando el amanecer de ese día terrible.

- Te quiero, te quiero, te quiero sólo a ti

La repetía una y otra vez mientras tomaba posesión de ella.  No quería dejar ni un sólo resquicio para la duda, si es que aún la tuviera.  Y ella se dejó llevar también, y también de su boca salieron palabras que a Alfred le sonaron a coro de ángeles, unas palabras que había ansiado escuchar y que durante tanto tiempo estaba esperando.

Besaba su rostro una y otra vez, y la abrazaba con fuerza.  No quería que sus cuerpos se separasen ni un sólo milímetro.  La creía perdida, y la tenía allí entre sus brazos, totalmente rendida a sus caricias. y a sus besos.  No importaba nada de lo pasado, sólo el presente, y poco a poco, como si de una nebulosa se tratara los malos ratos pasados quedaron atrás, borrándose de su memoria a medida que la noche avanzaba y su pasión también.

Les despertó los ruiditos de Keira. ¡ Acababan de dormirse ! Alfred miró el reloj y comprobó que eran las seis de la mañana.  Giró la cabeza y vio que su mujer estaba a su lado y le observaba sonriente.  Extrañado la dijo:

-¿ Cómo es posible ? Se supone que los niños duermen constantemente

- Si cariño, pero es su hora de desayunar. Anoche se durmió pronto, así que ahora toca madrugar.  Tendrás que acostumbrarte porque no alterará sus costumbres por nada, ni siquiera para que tu me hagas el amor durante horas.

Ambos rieron felices, porque en realidad lo estaban.  Se abrazaron de nuevo, volvieron a besarse, y Mirtha saltó de la cama para preparar el desayuno de su hija.  Él también lo hizo: tendría que ejercer de padre y debía aprender cómo era.

Y las observaba cómo la madre sonreía a la hija, y ésta apretaba los dedos de la madre y la miraba fijamente.  Era un cuadro que no conocía, nunca lo había sentido tan cerca y eso le emocionó.  Se acercó a las dos y cubrió con un abrazo el cuerpo de ellas dos.  Ellas eran su hogar, su familia, el descanso del guerrero.  Por ellas haría todo para protegerlas, pero sobre todo para amarlas.


Estaban impacientes por llegar a casa, a esa casa soñada y tan poco habitada.  Esta vez si viviría en ella, rompiendo la amenaza que le había hecho tiempo atrás.  Llamaron a sus padres y a Mildred anunciándoles que todo había salido bien, que eran felices y que irían en cualquier momento a visitarlos, pero que en un par de días no contaran con ellos. Emocionadas las mujeres, satisfecho el padre reían tranquilos, porque al fin vivirían en paz.

Alfred salió temprano de casa. Iría al hospital, hablaría con el director para ver la forma de reintegrarse a la plantilla.  Era querido entre sus compañeros, así que todos le saludaron afectuosamente cuando se cruzaban con él por los pasillos.  El director le recibió y tras explicarle técnicamente lo realizado en África, abordó el tema que le había llevado hasta allí.

- Es un poco difícil, ya que la plantilla está al completo, pero... ¿ crees que perdería un profesional como tú ? ¡ Pues claro que vuelves a trabajar con nosotros !  Pero te habrás de reintegrar lo antes posible. Empezarás con las guardias el próximo lunes. Tu conoces cómo funciona esto.

- Gracias.  Me moría de ganas de estar en casa. Lo he echado de menos muchísimo. Lo de la OMS está muy bien, extraordinario, pero no cambio el trato directo con las personas por unos tubos de ensayo.  El lunes estaré aquí puntual.

 Se palmotearon la espalda en la despedida y Alfred salió corriendo a su casa. Tenía que contar a Mirtha todo lo conversado.  Comenzó a tocar el claxon antes de llegar y ella salió alarmada por si ocurría algo, pero al verle corrió hacia él y se abrazaron como dos chiquillos. Cogidos por la cintura, narraba a su mujer todo lo hablado con el director.  Estaba eufórico, y ella escuchaba sonriente y atenta a todo. 
La normalidad se instaló en su hogar, en ese hogar tan especial para ellos, quizá un poco grande... de momento, porque con el tiempo estaría habitada no por tres, como ahora, sino por siete personas: cinco chiquillos y sus papás.



                                 F    I    N

Autora:  1996rosafermu
Editado: Julio/Agosto de 2020
Ilustraciones:  Internet

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