sábado, 5 de septiembre de 2020

El despertar - Capítulo 7 - La mansión victoriana

Y se olvidó de Mirtha y de su metedura de pata, incorporándose a la reunión con sus dos amigos. En definitiva no tenía la obligación de saber si hoy sería el aniversario u otra fecha más.  Él había tratado de ser educado y porque además, al verla, recordó lo delicado de su estado, y como médico, se interesó por ese caso.

Las dos amigas se despidieron al llegar a la casa de Mirtha. Como el que no quiere la cosa, habían pasado todo el día juntas y lo habían pasado maravillosamente.

- Lo repetiremos, ya lo sabes - le dijo a Mirtha mientras la daba un beso de despedida.

La madre no quiso preguntar nada, pero no hizo falta, al verla con el cabello arreglado y con vestido nuevo.  La contó que se había encontrado con el médico que la trató en urgencias, pero no se extendió en su conversación.  Sí la comentó que su amiga la había convencido para que buscase un trabajo y estaba decidida a hacerlo. Pensó que era una buena idea y que poco a poco se incorporaría a la vida diaria, sin ilusiones, pero debía hacerlo.

- El lunes comenzaré a buscar algo - dijo a su madre.  Ésta cuando salía de la habitación de su hija, suspiró profundamente y mirando al techo de la habitación, dijo para sí ¡ gracias Dios mio !

Y el lunes de esa semana, salió pronto de su casa y se dirigió a la ciudad y allí compró el periódico por ver si encontraba algo que la interesara. También estuvo atenta a los anuncios en algún comercio, pero sólo encontró algúno de camarera, y eso no le apetecía en absoluto.  De regreso a casa, pasó frente a una casa con un cartel en el jardín de que estaba en venta.  Se la ocurrió sacar la licencia de vendedora. O presentarse nuevamente en la compañía en donde había estado trabajando antes de caer enferma.  Pero había pasado mucho tiempo, y seguro que su puesto ya estaría ocupado.  No obstante, decidió ir con la excusa de pasar a saludarles.

Tanto su jefe como sus antiguas compañeras, se alegraron de volverla a ver, pero como había sospechado, en su puesto ya había otra chica. No obstante, el que fuera su jefe la indicó que si se quedaba algún puesto libre que contara con él. ¿ La hubiera gustado volver?  Lo cierto es que no lo había pensado  muy bien. Era señal de retroceder en el tiempo, cuando él iba a buscarla al salir de sus respectivos trabajos.  Era la misma calle, el mismo edificio, el mismo lugar, pero él ya no estaba y ella no era la misma. En su interior se alegró de que no la admitieran de nuevo.  Tampoco la necesidad de trabajar era imperiosa; sus padres tenían una aceptable situación económica y se lo podía permitir.  Y decidió que se centraría en ponerse al día y seguir el procedimiento para vender una casa.  Ella tenía don de palabra, así que todo lo que tenía que hacer era un cursillo y sacarse la licencia, y claro, encontrar una agencia que la admitiera.  Lo comentaría con Mildred y en su visita al psiquiatra también lo hablaría con él.  Seguro que la daba la enhorabuena, ya que él se lo había recomendado en varias ocasiones, pero no le había prestado demasiada atención.

Y así fue como se inscribió en una agencia y al cabo de tres meses obtenía su licencia como agente de ventas. Ahora quedaba una  segunda parte: tendría que encontrar alguna inmobiliaria que la diera trabajo y no tardó mucho en conseguirlo.  Por primera vez en mucho tiempo, tenía ilusión por lo conseguido.  Para ella había sido un trabajo inmenso de superación, pero al fin el título ya estaba en su currículo y la perspectiva de un trabajo algún día.

Hizo su debut con una casa unifamiliar, que la encantó. Antes de ir con algún posible cliente, quería familiarizarse con lo que ofrecería.  Primero se tenía que convencer ella misma, para luego argumentar la venta, idea que a la directora de la inmobiliaria le pareció muy acertada.  La dió las llaves y hacía allí se dirigió.

Se trataba de una casa de estilo victoriano, y era grande,  más que familiar.  Se paró para contemplarla. Era preciosa y a ella le pareció un palacio en miniatura.  Según la fachada debía constar de dos plantas. Miró el catálogo en el que llevaba apuntados todos los datos y lo primero que buscó fue  el precio de venta. Era  muy alto, pero, al menos el exterior, lo valía.   Frente a la entrada,  había un pequeño terreno sembrado de verde, pero con un espacio libre para aparcar el coche.
Junto a los escalones, dos abetos muy bien recortados y unos macetones grandes con hortensias de color azul.  Los anteriores dueños, debían tener un gusto exquisito. Comprobaría si el interior se  correspondía con la entrada.  En sus manos tintineaban las llaves y, decidida subió los cuatro escalones que la daría entrada a esa mansión. Pensó en las personas que la adquirirían. ¿ Con niños?  ¿Mayores ? ¿ Recién casados? Pronto lo sabría en cuanto consiguiera traer a alguna persona.



Introdujo la llave en la cerradura y la puerta cedió dando paso a un amplio vestíbulo igualmente cuidado, pero sin muebles. Pensó que quienes viviesen con anterioridad, tendrían unos muebles clásicos de buena factura. y en sus paredes colgarían unos cuadros preciosos.  No la importaría vivir en una casa como ésta.  Y recordó el modesto apartamento que habían alquilado William y ella.

Apartó de inmediato esa visión y se centró en lo que tenía que ver.  El vestíbulo y a la derecha dos puertas y a la izquierda otras dos.  Era bastante grande, aunque desde fuera no lo pareciera.  En el centro del vestíbulo una escalera que subía al piso de arriba, y en él otra escalera más pequeña que llevaba a una especie de buhardilla que tenía toda la pinta de haber correspondido a algún adolescente, ya que tenía bastante independencia.


Revisó la cocina, instalada con todos los elementos precisos y de última hora, también era amplia. En la planta superior estaban  los dormitorios. En definitiva, se enamoró de la casa, y pensó que la pasaría siempre que visitase alguna, pues al contemplar la mansión y su precio , pensó que la inmobiliaria era para alto standing, con lo cual se tendría que acostumbrar a ello.  Estuvo más de dos horas revisándolo todo. Tenía que dar la impresión de que era conocedora de la casa hasta en su último detalle, y que la recomendaba siempre que el precio pudieran pagarlo. Vió en un apartado que sería precio de contado.

Mientras allí estuvo, se olvidó de su apartamento, sin muebles, sólo con la cama, porque no le dio tiempo siquiera de amueblarlo.  Y sintió una pena inmensa.

- Lo injusta que es la vida: nosotros tan poco y no pudimos siquiera disfrutarlo, y los que lleguen a comprar esta maravilla, no sabrán lo que tienen entre manos. Ellos seguramente serán felices aquí, Y tendrán niños que correrán por la casa armando alboroto.  A nosotros no nos dio tiempo.
  Antes de marcharse se dio cuenta de que en el salón principal había una puerta que se comunicaba con un pequeño jardín, tan cuidado como el resto de la casa. Cuidado y hermoso. Pensó que las manos que lo cuidaron estaban rebosantes de amor.

No quiso entretenerse más, porque la emoción comenzaba a anegar sus ojos de lágrimas.  Cerró la puerta y antes de meterse en el coche, se volvió y dirigió una mirada de admiración y envidia a aquel edificio


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