martes, 15 de septiembre de 2020

El despertar - Capítulo 18 - Una vida juntos

Y el regreso fue muy diferente a como había sido la partida. Se reian gozosos y ella reclinaba su cabeza en el hombro de él que la miraba a ratos con una amplia sonrisa. Qué diferentes eran estas personas que hacía un par de horas hacían un viaje plagado de incógnitas y recelos.  Ahora todo era sonrisas, amor y felicidad.

Al llegar a casa de Mirtha, quiso entrar acompañándola y explicar a sus padres los proyectos que habían hecho en común, atropelladamente, pero que tenían muy pensado.  Se casarían y se establecerían en Ginebra o en el lugar al que le destinaran, pero con ella, con su esposa.  Los padres se miraban entre sí, porque era la primera noticia que recibían.  Nunca, su hija, les había siquiera insinuado lo que ocurría entre ellos, sólo sabían que Mirtha  desde hacía mucho, había pasado de la desesperación por la pérdida de William, al desinterés por todo, algo que creyeron estar unido, pero que ahora conocían la verdadera razón de ello.

Y así es como llegamos al primer capítulo, que por si lo habéis olvidado, aquí van unos renglones:

< A la salida de la iglesia ,y al paso de los novios, se mezclaban los pétalos de rosas y algún puñado  de arroz. Acaban de contraer  matrimonio Alfred y Mirtha. La sonrisa inundaba la cara de él, ella, más tímida, quizás asustada por la expectación que habían despertado entre sus amigos y compañeros.  El ¡vivan los novios!, se mezclaba con el griterío. Rápidamente, sin detenerse se metieron en el coche que les llevaría, primero al fotógrafo que les inmortalizase, y después al hotel para su banquete de bodas...



El paso del tiempo....

Habían realizado un viaje de novios extraordinario, en el que no faltaron arrumacos por parte de ambos, pero especialmente de Alfred.  Es como si quisiera compensar a su mujer de todo el tiempo invertido en otra y que debían haber sido destinados a ella.  Omitió el contarla ese apartado; se suponía que viviendo  solo, y durante tanto tiempo, necesitaría de vez en cuando alguna compañía femenina, pero omitió el tipo de compañía que había tenido y que muy posiblemente se volviera a ver con ella.
Se arrepintió de no haberlo hecho el día en que aclararon su situación, y ahora era demasiado tarde.
Esperaba que su esporádica amante fuera discreta y a poder ser que Mirtha no se enterara de ello. Su escarceo ocurrió cuando ni siquiera sabían que se iban a reunir de nuevo, pero no quería tentar a la suerte ahora que todo marchaba bien.

Aún tenía recelo y temor de que al enterarse, Mirtha no estuviera contenta después de haberla asegurado que ella era la única que ocupaba su pensamiento aunque estuvieran lejos. Y la realidad es que eso era, que si se lió en ese embrollo fue buscando olvido, pero utilizó a otra persona para conseguirlo, y aunque todo fue inútil, y al no conocer tanto a Mirielle en el aspecto de celos, no quería arriesgarse. Sabía que el encuentro sería inevitable, pero también esperaba que, al conocer a su mujer, disimulara como él lo haría.  Procuraría  no tener mucha amistad con ella, sobretodo Mirtha; quién quita la ocasión quita el peligro.

Se incorporó al trabajo y allí se encontró con la francesa; los ojos de ella  bailaban de alegría cuando le abrazó dándole la bienvenida. Pero la extrañó la seriedad del saludo de Alfred.

- ¿ Qué te pasa? ¿ No te alegras de verme?

- Si claro que me alegro, pero tenemos que hablar. Las cosas han cambiado. Estoy casado y no deseo que se entere de nuestras aventuras.

- ¿ Se las has ocultado? ¿ Cuándo te has casado?  Cuando nos despedimos estabas soltero. ¿ Ha sido con Mirtha?

- ¿ Cómo sabes su nombre? Nunca te he hablado de ella

-Una de las veces que hacíamos el amor, la nombraste.  Imaginé que era un amor frustrado, pero no llegué a creer que te diera tan fuerte como para casarte ¿ La dejaste en Dublín?

- No está en Ginebra y te ruego que seas discreta

- ¡ Claro ! Lo entiendo. No te preocupes por mi. Pero podremos seguir siendo amigos ¿ verdad?

- Desde luego


Pero el tono que empleó para decirlo, le escamó un poco.  No se fiaba de ella;  las mujeres son imprevisibles cuando se les contraría en algo. No quería tener problemas conyugales por ocultación de algo, que sabía la iba a molestar. Se arrepentiría toda su vida si por esa aventura tuviera un disgusto con su mujer.

Habían alquilado un pequeño chalet a las afueras de Ginebra, en el maravilloso paisaje campestre. Allí vivirían tranquilos y felices. El se desplazaba a diario hasta la Organización, y regresaba a primeras horas de la tarde.  Mirtha permanecía sola durante muchas horas; sin amigos, ni poderse comunicar con nadie más que con su marido, ya que no sabía francés, ni alemán que son los idiomas más comunes según el cantón en el que vivieran.  Por eso decidió retomar lo que hacía tiempo había pensado: estudiar. Lo consultaría esa misma tarde con Alfred, y estaba segura que diría que si. En nada la contrariaba y la complacía en todos los caprichos. Era cariñoso en extremo y cada vez que la miraba podía leer en sus ojos el amor que la profesaba.  Ella también le quería mucho.  Poco a poco descubrió que se enamoró de él cuando comenzaron a salir juntos en plan médico-paciente.  Ella interpretaba que era como profesional que ofrecía sus servicios para ayudarla a remontar la depresión tras la muerte de William.  Nunca se la ocurrió pensar que ese empeño en saber día a día cómo se encontraba, era algo más que preocupación de médico.  No lo supo hasta que a su regreso se encontraron frente a frente y tuvieron la discusión que todos conocemos.

Ahora estaba segura de que su matrimonio marchaba bien, y así sería siempre, porque a medida que el tiempo pasa, la intimidad, comprensión y afinidad entre los esposos es algo habitual, hasta el punto de saber lo que piensa uno sin haberlo comentado con el otro.  Y al fin cuando Alfred llegó, mientras cenaban, se lo comentó y él de inmediato aprobó orgulloso la decisión de su mujer.

Eran rotundamente felices.  Se querían y todo marchaba con normalidad entre unos recién casados máxime cuando se está tan enamorados como ellos lo estaban.  Al acostarse, comentaban todo cuanto les aconteciera durante ese día y uno al otro se ayudaban en resolver cualquier problema. Después hacían el amor, apagaban la luz, y se dormían abrazados. Ese era el momento oportuno para hablar de Mirielle, pero no terminaba de decidirse. Le daba miedo si no lo interpretaba en la justa medida de lo que fue: una aventura sin ninguna trascendencia, de las que no dejan huella, pero que consuelan en momentos de baja estima.  Y eso es lo que había sido la francesa para él. Ni por lo más remoto había pensado en algo serio con ella, es más, sabía de antemano que cuando terminaran lo que les había unido en Ginebra, cada uno volvería a su vida anterior, y la de él había cambiado radicalmente.
Pero temía que Mirtha no lo viera bajo ese prisma.  Las mujeres son distintas a los hombres y tienen otra perspectiva de lo que es fidelidad.  Si ellas aman, por lejos que estén de esa persona querida, se mantienen firmes y no piensan en otra cosa más que en su amado.  Pero los hombres, a pesar de querer intensamente a una mujer, si se cruza otra en el camino, buscan la excusa para seguirla, aunque al día siguiente estén arrepentidos.  Pero la naturaleza les ha hecho así. Los hay que   son fieles a su esposa por ser eso: su mujer , ya que no las cambiarían por nadie. En cambio otros no tienen tantos miramientos a pesar de que  ni siquiera averiguan el nombre de con quién se han corrido la juerga. Si se les provoca, se olvidan de que en casa les aguarda su mujercita y prefieren la "variedad".  Ella es intocable y ocultan al máximo su aventura, pero son incapaces de decir no, si se les brinda la ocasión.

Luego llegan los arrepentimientos, pero lo que no perdona una mujer es que la mientan y traten de justificar la infidelidad con una excusa pueril, procurando a un tiempo cargar la culpa sobre la esposa,  si es que han tenido una discusión, o es que ha llegado más tarde de lo habitual; siempre el trabajo es el causante de todo.  Y esa mentira es descubierta por su pareja, y es lo que la pone fuera de sí y sobreviene el disgusto.  Esperaba que eso no les ocurriera a ellos, pero sabía que en algún momento se lo tendría que contar, para evitar males mayores.


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