martes, 1 de septiembre de 2020

El despertar - Capítulo 3 - Internada

Entre el médico y la enfermera, sujetaron a Mirtha que se debatía para soltarse de los fuertes brazos que la sujetaban mientras la inyectaban un sedante.  El médico se fijaba en su rostro y se hacía cargo de la situación por la que estaba atravesando. Estaba acostumbrado a esas escenas desgarradoras, y procuraba que no le afectasen, porque de lo contrario no podría ser médico. Pero era difícil presenciar algo como lo que aquella joven vivía, y permanecer impasible.  Se fijó en su rostro; a pesar de lo convulsa de la situación  y de la tensión en su cara, tenía unos rasgos bonitos, y era muy joven. Como en la distancia escuchaba los llantos de las otras dos mujeres  de más edad y supuso que eran familiares.  Escuchó que alguien decía algo a la enfermera: era una de las mujeres mayores

- Se casaban dentro de quince días ¿ Se imagina?  Eran novios desde el comienzo de la carrera.  Se amaban y ahora ...


El doctor, lo escuchaba a pesar de estar pendiente del rostro de la muchacha, que poco a poco, a medida que el sedante hacía su efecto, se iba relajando.

- Llevarla al box.  Hay que tenerla bajo vigilancia, al menos unas horas.

- ¿ Qué la pasa doctor? - dijo angustiada la madre de Mirtha

- Señora, por lo que acabo de escuchar, se casaban dentro de unos días, y él está muerto ¿ Le parece poca cosa?  No se preocupe, la vigilaremos y se recuperará, pero habrán de tenerla con vigilancia, al menos hasta que asimile lo ocurrido ¿ De quién fue la idea de que viera el cadáver?

- De ella doctor. Nos opusimos tanto sus suegros como nosotros, pero no hubo forma de disuadirla.  A la salida es que le dio este taque

- Es comprensible. Como la he dicho la tendremos en observación en un box. Si no mejorara la internaríamos y llamaríamos a un psiquiatra para que él la calmara.  Estará bien, no se preocupen. Y lamento lo ocurrido

- Estrechó la mano a cada uno de ellos, y salió de la estancia..

En el box estaba atendida con el suero que le habían inyectado,  y cada equis horas añadían  el tranquilizante que la mantuviera, al menos dormida.  El sueño la convenía, porque  no sufriría alteraciones.Y así pasó esa noche. De vez en cuando permitían que una persona entrase a verla durante unos minutos; por lo general, se alternaban la madre y la suegra.  Salían con el corazón roto; no sólo habían perdido a William, sino que temían por la razón de Mirtha.


 La dieron el alta, y pensaron que debido a los calmantes es que se comportaba como una autómata.  Su cara era  inexpresiva, no hablaba, no preguntaba nada.  Fijaba su mirada en un punto indeterminado y fija en él, permanecía horas y horas.  Trataron de hablar con el médico que la atendiera en primer lugar, pero ni siquiera se les ocurrió preguntar su nombre, y el certificado de defunción que les entregó, estaba firmado por él, pero eran garabatos ilegibles, con lo cual estaban en un callejón sin salida.  Además había cambiado el turno y hasta dos días después no volvería a trabajar.

La condujeron hasta el coche situado en el aparcamiento, como si fuera una niña pequeña.  Ignoraban si ese sería su estado debido a los tranquilizantes o se quedaría trastornada. Los padres de William regresaron a su domicilio.

 Tres días después sería el entierro, pero ninguno de los cuatro comentó nada.  No querían ni pensar en que, al enterarse, deseara acudir al cementerio.  Guardaron silencio, y ella ni siquiera preguntaba.

Y el día que tanto temían, había llegado; Mirtha estaba, aparentemente más tranquila debido a la medicación, pero seguían ocultando que  sus restos  serían enterrados ese mismo día   Nada comentaron delante de Mirtha para que no se alterara, si es que acaso estuviera consciente.

 Pero entre sueños escuchó unas voces y una hora. El tranquilizante estaba dando sus últimas bocanadas, y su cerebro al acecho unió cabos y supo que alguien se despedía por tener que acudir a algún sitio sin falta. Lo adivinó al ver  cómo sea abrazaban y lloraban.  Entonces, toda la realidad brutal y cruda se reveló ante ella:  el entierro. Tenía que ir.  Debía darle el último adiós.


Sigilosamente cogió su ropa y el bolso,  y en el baño se vistió, pero sus padres  aún seguían hablando con los de William. Tendría que salir por la puerta de la cocina, pero para ello debía atravesar toda la casa.  Descalza, con los zapatos en la mano, y silenciosamente, pudo llegar hasta allí. La cabeza le flotaba, pero debía hacerlo, y lo conseguiría.  Debía despedirse de él.

Aprovechó el momento de emoción en que ambas madres estaban abrazadas llorando y sus maridos trataban de calmarlas.  Sobretodo a los padres de William, les esperaba el momento horrible de su despedida. Todo era tan dramático, tan inesperado, que sus cabezas no lo asimilaban.  Llegó hasta  el pequeño jardín, ¡ lo había conseguido !  Ya en la calle, paró un taxi y en él se dirigió al cementerio.  Ni siquiera sabía  en donde sería enterrado, pero en información del recinto le darían razón  de ello.

Nadie se había percatado de su ausencia. Fue la madre la que al acudir a su habitación comprobó que estaba vacía y en la casa no había ni rastro de Mirtha.  Temblando de miedo llamó a gritos a su marido y ambos coincidieron en que se había escapado y sería en el cementerio en donde la encontrarían.

Sin perder un momento se dirigieron hacia allí; al mismo tiempo contactaron con los padres de William para que les dieran la direccion de donde sería sepultado.  No sabían cómo lo había adivinado, porque habían cuidado escrupulosamente  cualquier dato que la hiciera pensar en ello.

Llegaron al mismo tiempo que la comitiva, Mirtha detrás de un árbol lo veía todo como en una neblina sin podérselo creer. Sólo cuando depositaron el féretro en el lugar en donde sería sepultado y comenzó la ceremonia, se hizo presente.  Su rostro desencajado, recibió todas las miradas  de los que allí estaban, durante un momento e, iban alternativamente, de su figura   al féretro.  Los padres  acudieron en ayuda de su hija que estaba a punto de desplomarse.

 Pero aguantó hasta el final; el primer puñado de tierra fue el suyo.  Sin lágrimas, con los ojos fijos en la caja que lentamente se iba perdiendo .  Lanzó un beso al aire y no pudiendo contenerse más, esta vez si cayó desplomada al suelo.  Ante la exclamación de todos los presentes , fue su padre quién la levantó en brazos y rápidamente la introdujo en el coche, y a toda prisa la llevaron de nuevo al hospital, en donde está vez si, quedaría internada por días, hasta que los médicos indicaran que estaba lista para incorporarse a la vida real.

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