viernes, 18 de septiembre de 2020

El despertar - Capítulo 24 - El peso de la soledad

A pesar de haber pasado unas horas solamente, echaba de menos a su marido y sólo de pensar que tardaría una semana en verle, la ponía del mal humor.  Pero ese era el trabajo de él, y eso ya lo sabía al casarse. Además se trataba de salvar vidas; la suya no corría peligro,, estaba a salvo, pero en algún lugar lejano del planeta, habrán mujeres, niños y hombres que podrían perder la vida con alguna enfermedad de la que podían librarse con esa vacuna.  Eso la reconfortaba, pero le seguía echando de menos.

Decidió comprar unas flores e ir al cementerio y depositarlas en la tumba de William, y después se reuniría con Mildred.  Y estarían en la casa de la que se enamoró nada más verla, y de la que no había disfrutado casi nada.  Aunque viera a sus padres todos los días, deseaba disfrutar de ella lo máximo posible.  Pero no pudo  dormir en ella, ya que ellos estaban pendientes debido a su estado, y Alfred se lo había encargado.

A su regreso del cementerio, pasó a recoger a Mildred; ambas pasarían el día entero en la mansión victoriana de Mirtha; tenían muchas cosas que contarse, y en definitiva  no estaría sola.  Convenció a sus padres que estaría acompañada, y por tanto pasarían esos días en su casa.

- No preocuparos - dijo a sus progenitores antes de salir- Estaré con Mildred. Si ocurre algo imprevisto, seréis los primeros en ser avisados.

A regañadientes, aceptaron, porque vieron que tenía razón.  Mildred la cuidaría bien, y comprendieron que ambas amigas necesitaban estar a solas para charlar de sus cosas.  Y hablaron hasta bien entrada la madrugada. Le extrañaba, que, a pesar de ser tan tarde, no recibiera en todo el día la llamada de Alfred.  Pensó que el trabajo se lo habría impedido, dado que estaban dando los últimos toques antes de presentarlo al comité central de la Organización.

Le imaginaba nervioso ante ese proyecto que durante tanto tiempo le había traído de cabeza. Todo ello lo pensaba después de desear las buenas noches a su amiga, que dormía en una habitación contigua a la suya.  La pérdida de sueño para ella, era una continua batalla contra los pensamientos que llegaban hasta su cabeza, ideando mil circunstancias.  Era algo que, sin querer, había adquirido desde la muerte de William.  Luchaba contra el pesimismo, pero difícilmente podía derrotarlo.

En esa mañana había estado en el cementerio, y aún permanecía viva en su recuerdo la sonrisa franca de Willy.  Era distinto al recuerdo de Alfred; pensaba en él casi constantemente, deseaba estar junto a él, volverle a ver pronto.  Le necesitaba. Necesitaba ese abrazo fuerte y sincero cada vez que llegaba a casa, el beso que la daba cuando se veían.

 La ausencia de llamada en el día de hoy, la tenía intranquila sin poder evitarlo.  Le había quedado la secuela del accidente de William y cualquier retraso  pensaba que se debería a alguna noticia mala como aquella.  No podía dormirse; daba muchas vueltas en la cama. Se levantó y fue a ver si Mildred estaba bien, como una excusa, porque si así no fuera, conversar con ella, pero no. Se fijaba en el rostro de su amiga y en la placidez de su sueño.  Ella lo había perdido hacía algo más de año y medio. Cada vez que pasada una hora determinada, y el teléfono sonaba, para ella era un mal presagio.  Antes siempre pensaba que era una equivocación, sin embargo ahora se había convertido en un aviso de accidente... de algo malo.

Y poco a poco, sin conciliar el sueño, vió las luces de un nuevo día.   Era muy temprano, pero necesitaba salir de la cama, no resistía más.  Se vistió y bajó hasta el jardín: necesitaba respirar la suave brisa de la mañana.  Miró hacia el cielo y pensó que haría un buen día, probablemente  excelente para ir de excursión si acaso recibiera la llamada de Alfred.  Sin ella no se movería de casa, aunque llevase consigo el móvil.

Reinaba en la casa un absoluto silencio, y decidió encender la televisión, aunque era una hora muy temprana.  El sonido casi ni se escuchaba: no quería despertar a Mildred. Sin prestar demasiada atención debido a la preocupación que sentía, se fijaba en la pantalla, pero en realidad no veía  nada. Hasta que una imagen la volvió de su aislamiento e hizo que subiera el volumen

Estaban hablando de la OMS, y le dió un vuelco el corazón y rápidamente prestó atención a lo que el presentador comunicaba.  El volúmen era alto, pero no la importó.  Se sentó frente a la pantalla como para verlo todo mejor y con más detalle.  El edificio de la organización, ocupaba un primer plano, y a renglón seguido unos hombres con bata blanca y una mujer con el mismo atuendo, abrazándose unos a otros.  Se fijó más. La alegría que demostraban era, sin duda, producida por el éxito de su trabajo. Todo había salido bien.

Se llevó las manos a la boca para no gritar de alegría, cuando se frenó en seco.  En la imagen destacaba  un rostro:  Alfred, sonriendo y tirando de la mano de Mirielle para que estuviera junto a él.  No tendría mayor importancia, si no fuera por la actitud de él y la cariñosa mirada de ella. Los fotógrafos disparaban los flashes y las cámaras de televisión inmortalizaban el momento.

Tenía sentimientos encontrados; por un lado justificaba la actitud de su marido.  Era normal que celebraran si su trabajo había sido reconocido, como así parecía.  Pero también la hubiera gustado que él se acordara de su mujer y la hubiera dedicado un segundo en una llamada para anunciarlo.  Sin embargo no había ocurrido, y eso la dolió. Esas imágenes habían sido grabadas de madrugada, pero ya era la plena mañana y seguía sin llamarla.

-Estará durmiendo - se dijo- Seguro que ha sido una noche de muchos nervios y estará cansado.

Pensó en hacerlo ella, pero no quiso después de haber visto la escena de la televisión.  En realidad  ¿qué había visto?  Probablemente sólo la alegría de unos compañeros que se saben benefactores de las personas que combatirán con su vacuna, la enfermedad que les diezma.

Cuando Mildred bajó para reunirse con ella, la encontró baja de moral. Pensó que sería por la ausencia de su marido, pero mientras desayunaban, Mirtha le comentó lo que había visto por casualidad y no por boca de él.

- No te disgustes, es normal. ¿ Imaginas la cantidad de entrevistas que a estas horas estarán dando.  Amén de conferencias ante la dirección de la OMS y de sus propios jefes más directos.  O simplemente está agotado.  ¿ Crees que, en estos momentos él no se cuerda de ti?  No seas tonta, Seguro que ocupas todos sus pensamientos.  Dale un respiro.

- No le conoces como yo .Debió encontrar un hueco para llamarme.  Lo sé.  No me valen las excusas que estás dando. Yo también soy la sacrificada aunque no trabaje en el laboratorio.  Debió llamarme, además, sabe la alegría que me daría. No, no hay excusa Mildred, no la hay.  Está esa odiosa mujer...

- ¡ Vaya ! esto si que es bueno ¿ Tienes celos de ella?  Pues haces mal. Tu marido está muy pillado contigo: tú misma lo has dicho.

- No quiero seguir hablando más sobre este tema. Yo no le llamaré, de eso estoy segura. Así que...


- ¡ Por Dios Mirtha !  Él está loco por tí. No todos los hombres caen en manos de una lagartona. Él está muy enamorado de tí. No pienses eso..

- Está bien, pero yo no voy a llamarle.

Y no lo hizo. El teléfono sonó hacia el mediodía.  Un eufórico Alfred, narraba a su mujer el éxito obtenido y la aprobación del medicamento por la Organización Mundial de la Salud. Pero el trámite no terminaba ahí. Ahora venía la comercialización y los ensayos en humanos y para ello había que trasladarse al lugar origen de la epidemia.  Pero todo habría que ir paso por paso.  De repente se cayó, al no escuchar de parte de su mujer ninguna reflexión o signo de que estaba contenta

- ¿ Te encuentras bien?

- Si, si. Claro ¿ Por qué voy a encontrarme mal? Quitando que no he dormido en toda la noche angustiada, esperando tu llamada, que por cierto no hiciste. Que no tuviste ni un minuto para decirme el éxito que habéis tenido, y que he tenido que enterarme por televisión... Todo bien

- ¡ Vamos cariño ! ¿ Ahora me vienes con eso? Ha sido algo de locos: la prensa, las televisiones, la Organización... Todo. ¿ Crees que no me he acordado de tí? ¿ Es eso? Pues no te has ido de mi cabeza ni un sólo instante.  Hubiera dado cualquier cosa por tenerte allí.

-Supongo que en el abrazo que os dísteis pensaste que me lo dabas a mi ¿ no ?

- ¡ Por Dios Mirtha !  Era el triunfo de todo un equipo.  Nos abrazamos todos. No pienso discutir esto por teléfono.  Lamento que pienses eso y que tengas tan poca confianza en mí. Seguiremos charlando en otro momento.

- Lo siento...

Pero no la dió tiempo a terminar la frase: Alfred había cortado la comunicación, algo que la hizo enfurecerse más. Lloraba, y por mucho que Mildred hacía por consolarla, no lo terminaba de conseguir.  La breve conversación entre los esposos había terminado en bronca y de mala manera.
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