martes, 22 de septiembre de 2020

El despertar - Capítulo 31 - ¡ Sorpresa !

Preguntó por él, pero en Recepción la dijeron que no estaba. Ella contaba con que no le dieran ningún dato sobre él ya que guardaban al máximo la privacidad. Se registró, para al menos descansar un poco y también  debía atender a Keira.  Dudaba si dejarle una nota.
Pidió algo para comer y trataría de  sonsacar al camarero con una buena propina para que  la dijera la habitación de su marido, se trataba de  darle una sorpresa, es lo que argumentó. Tal como lo pensó, así hizo; ella misma se asombraba de lo resuelta que se estaba volviendo, aunque no sabía si eran los nervios o que la necesidad de recuperarle y pedirle perdón, hacían que obrara de esa manera. También solicitó en Recepción una enfermera para que se quedara con la niña mientras ella trataba de hablar con Alfred.

- En un hotel de esta categoría tendrán ese servicio; en otros lo tienen.


Se duchó y se puso un vestido atractivo. Se arregló como pudo el cabello y hasta se maquilló un poco, algo que no hacía desde sabe Dios el tiempo.  Echó un vistazo en el espejo y se aceptó; se puso un poco de perfume y espero a que la enfermera subiera.  La niña había  comido, puesta de limpio y dormía. No la daría ningún trabajo.

- No le dará ningún problema. Si se despertara y la extrañase, llame a este número o que me avisen a la habitación 606, es la de mi marido.  Quiero darle una sorpresa. ¿ Por qué tengo que dar explicaciones? - se decía

Y al fin salió resuelta en busca del ascensor que la conduciría tres pisos más arriba de donde ella estaba.  Al fin estaría frente a él.  El corazón latía frenético y no veía el momento de abrazarse a él.  Golpeó suavemente la puerta y una voz femenina se escuchó desde dentro:

- Ya voy -. Pero también la voz de Alfred claramente. Sacó sus propias conclusiones que la inmovilizaron. Al escuchar sus voces, sabía que estaba con alguien, pero todo ocurrió tan deprisa que no pudo reaccionar.

- Será el servicio de habitaciones, yo voy- respondió Alfred

Y al fin la puerta se abrió y ella quiso morirse allí mismo.  Alfred estaba frente a ella con un albornoz del hotel, imaginando que debajo no tenía ropa, pero detrás de él, apareció su eterna enemiga:  Mirielle.

No necesitó saber más.  Estuvo a punto de desmayarse.  Todo lo que había ideado se vino abajo en cuestión de segundos.  Estaban juntos . No se lo podría negar, ella tenía razón.

 Dió media vuelta y se alejó, ante la sorpresa inesperada de él. Llamó nerviosa al ascensor; tenía que irse de allí inmediatamente.  Ya todo estaba claro; no necesitaba saber más. Todo lo que imaginó se acababa de confirmar.  No sabía cómo llegar  al piso en el que tenía su habitación. Se equivocó  y apareció en el vestíbulo sin siquiera saber qué botón había pulsado.  La boca se le secaba y la cabeza le zumbaba como para estallar. Y nuevamente pulsó el botón, que esta vez si la llevó al piso correspondiente. Dió una excusa a la enfermera,  pagó su servicio y comenzó deprisa a recoger sus cosas: volvería esa misma noche a Dublín.

Con la niña en brazos pagó su reserva y pidió un taxi, dando la dirección del aeropuerto.  No volvería a pisar Suiza más en su vida.  Ni siquiera tenía lágrimas, ni las palabras salían de su boca, se le habían borrado.  Sólo había permanecido en ese hotel poco más de una hora, y lo aborrecía profundamente.

Al abrir la puerta y ver a su mujer delante de él, se quedó lívido.  Era lo último que esperaba . Ni siquiera hubiera imaginado que ella se presentara en ese hotel ¿ Cómo lo había sabido? ¿ Cuándo había llegado ? ¿ Dónde estaba su hija?  Detrás de él estaba Mirielle que no entendía nada.  Entró como una exhalación y se vistió rápidamente.  Por muchas preguntas que ella le hizo, a ninguna respondía. Sólo la dijo

- Márchate de aquí. Era mi mujer

Tomó su chaqueta, comprobó que llevaba la documentación y salió rápidamente. En recepción preguntó ,  si se hospedaba allí y cuál era su habitación. Debía hablar con ella rápidamente. Pero la respuesta fue negativa:

- Llegó a mediodía. Ha marchado a toda prisa. Pagó su reserva, pidió un taxi y salió de inmediato.  Llevaba una niña pequeña en brazos.

- ¿ Saben a donde fue?

- No señor.  Quizás el portero, que la pidió el taxi lo sepa.- Y preguntaron al portero y éste le dijo que al aeropuerto.

Se volvería loco de tanto pensar. Ella había vuelto seguramente buscando una reconciliación, y todo había fracasado. Mirtha no conocía ni el idioma ni el lugar ¿ Dónde estaría?  Al llegar al aeropuerto entró como una exhalación hasta uno de los mostradores y pidió información acerca de ella, pero no se lo podían facilitar, las reglas lo prohibían. Todo se complicaba aún más.  Recorrió las salas vip por ver si ella estaba entre los pasajeros que aguardaban.  No la encontraba.  No sabía qué hacer. Fue hasta el panel de salidas y miró ansioso si había alguna  para Dublín y efectivamente la había.  Y se dirigió a la sala correspondiente.  Miraba ansioso buscándola, hasta que la vió salir de una puerta que indicaba cambiador de bebés.  Respiró aliviado y se abrió paso hasta ella.  Se la veía cansada y totalmente derrumbada; nunca la había visto así.

- Mirtha

Ella le miró sin ver y siguió su camino. La agarró de un brazo e hizo que se detuviera. Ella forcejeó pero no pudo soltarse

-Tenemos que hablar

- Ya todo está dicho.  Me basta con lo que he visto. Déjame en paz, Alfred.  Sigue tu camino. Ya lo has elegido.

- No, no es cierto.  Ella no es mi camino. Mi camino, el que deseo, eres tú.Todos los intentos que he realizado para aclarar nuestra situación han resultado infructuosos. Ni siquiera atiendes el teléfono.Me fuí despechado la última vez que nos vimos ¿ qué es lo que quieres de mí? Dímelo ¿ qué quieres que haga ? Vayámonos de aquí. Regresemos al hotel y hablemos con tranquilidad, sin gritos, pero resolvamos de una vez nuestra situación que cada vez se hace más insostenible.


- Al único sitio al que iré será a mi casa, y no contigo precisamente. Tú has encontrado ese camino, que por cierto lo encontraste hace mucho tiempo. Y no te preocupes por mí, sé valerme por mí misma.  Además ya he pagado el pasaje.  Falta poco para despegar y no me devolverán el dinero

- Al diablo el dinero. ¿ Te importa más que nuestra vida?

-Si, al diablo el dinero, pero yo he gastado más de la mitad de mi sueldo por venir a buscarte, y ya ves: no ha servido de nada. Me voy Alfred, y deseo que te vaya bien.

-¿ Quieres decir que andas justa de dinero? Te envio todos los meses para que vivas lo mejor posible.

- Te dije que no quería ese dinero. Keira, cuando sea mayor hará lo que quiera con él.

- Esto es una locura. Te suplico que volvamos al hotel y allí hablemos con serenidad.  Este no es lugar más apropiado. No te preocupes por la devolución del billete. Yo te pago el regreso si no llegamos a un acuerdo.  Te lo estoy pidiendo por favor.  Es lo más importante de mi vida.

- A mi habitación ya no puedo volver.

-Pues iremos a la mía

- ¿ A la tuya ? ¿ Después de que has tenido la gran juerga con ella? Francamente no sé el concepto que tienes sobre mí.  Dejemos las cosas como están. Adiós Alfred que todo te vaya bien.

- No, me niego a ello.  Creo que merezco tener la oportunidad de defenderme de justificarme, del por qué de todo este embrollo.  Además, seguro que ni siquiera has comido.  Se te ve horrible.

Y ella no pudo más y se imaginó despeinada, con el maquillaje corrido por las lágrimas, justo lo más apropiado para resolver problemas matrimoniales.  Su rival dispuesta  a todo, y ella hecha un desastre ante él.  Las comparaciones son odiosas, pero estaba segura que mentalmente las estaba haciendo, siendo ella la perdedora.

Él abarcó el abrazo con su hija también, esperando a que ella calmase su llanto, y despacio, lentamente, sin soltarla, se dirigió hacia la salida.


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