lunes, 21 de septiembre de 2020

El despertar - Capítulo 29 - Solas ellas dos

Al tercer día del parto, fue dada de alta. Viviría con sus padres de momento, ya que todo había cambiado totalmente y debía empezar a trazarse una nueva vida.  Lo primero buscar un empleo que la permitiera atender a la niña el máximo de tiempo posible.  Después tener un apartamento en donde vivir: no podía estar eternamente viviendo con sus padres.

El volver a la inmobiliaria estaba bien,  cuando aún no se había casado, pero ahora, tenía una hija y sobretodo al principio, tenía que darle el pecho cada tres horas, eso si se daba bien, porque a veces sólo podía disponer de una hora libre entre toma y toma.. Desechó rotundamente ese trabajo.  Buscaba en el periódico las ofertas  y encontró uno que quizá pudiera servir: asistente social.  Y hacia allí se fue con su hija metida en un canguro.

Realizó una entrevista  y por ambas partes quedaron de acuerdo: tendría un horario amplio y, lo más importante, podría llevar a su hija a la oficina, al menos hasta que tuviera edad para acudir a la guardería.  El sueldo no era muy grande, pero llegaba para cubrir los gastos.

 El segundo paso, vino después: encontró un apartamento bastante pequeño pero de momento la servía.  Estaba situado no lejos de la casa de sus padres, que por mucho que insistieron no habían conseguido que siguiera viviendo con ellos.

Semanalmente enviaba una fotografía de la niña por el móvil a su padre, para que pudiera comprobar el cambio que Keira iba experimentando, pero ni una palabra dirigida a él, tan sólo un escueto: estamos bien. Alfred cada vez que lo recibía era un alivio y un sufrimiento  a la vez. Pero ni siquiera el rostro de ella aparecían en las fotos.  No sabía cómo estaba, ni cómo era su vida actual. Nada; definitivamente la daba por perdida.

Al cabo de un mes, dejarían Aketa ya que todo estaba bajo control y en manos de los médicos de aquel lugar.  Regresarían a Ginebra y allí ya se vería. Por todos los medios trató de que Mirielle no fuera con él, pero no lo consiguió.Era un grupo reducido y cada uno de ellos deseaba volver a la vida normal cuanto antes, así que decidieron que todos irían en el mismo avión.  Le molestaba sobremanera porque aún sin quererlo, ella había sido el origen de su desastrosa vida y no la quería cerca. Pero así estaba dispuesto y así sería.  Por un lado sentía miedo del regreso.  No le apetecía nada vivir de nuevo en Ginebra; ahora era diferente: tenía una hija a la que deseaba ver cuantas más veces  y si se mantuviera en Suiza, sólo podría verla los fines de semana, y ese trasiego de ir y venir, al final repercutiría en su salud por la tensión nerviosa que tendría.  Por otro lado no le apetecía vivir en el caserón él solo, y que además tantos recuerdos le traía. Alquilaría un apartamento cerca de donde ella vivía ¿ pero dónde vivía? porque ni eso le había dicho.  Definitivamente su relación, su matrimonio estaba roto .


Y pensó que daba igual que Mirielle se le insinuase, así que optó por seguir el juego, ya que todo le daba igual, porque nada cambiaría.  Ella regresaría a Francia, pero quedaron en que se verían intercambiando los lugares para no perder el contacto: unas veces sería ella quién viajase a Dublín,  y otras Alfred a Paris., si es que definitivamente volviera a vivir en Irlanda.  De momento debían permanecer en Ginebra para dar cuenta de todo lo realizado  en Uganda, durante unos días,  y después renunciaría a seguir en la OMS.

Lo primero que haría, una vez descansado del viaje, y organizada su cabeza, sería acudir al hospital en el que ejerció como médico hasta su viaje a Ginebra, si le admitieran de nuevo, no lo dudaría: volvería a su antiguo trabajo, y si no, se quedaría en Ginebra.  Estaba disperso pensando en el futuro cercano que tenía. No tenía problema por el trabajo, sino para organizar la vida con su hija.

Así transcurría   lenta y pausadamente la vida en nuestros protagonistas. Mirtha pasaba por una etapa postparto algo complicada debido a la situación personal que atravesaba.Ninguna comunicación entre ellos. Sólo en una escueta nota le informó de que vivía en un apartamento no muy lejos de sus padres y que estaban bien, pero ninguna referencia más.

 Alfred había abierto una cuenta en el banco a su nombre con una cantidad espléndida, que ingresaba mes tras mes.  No quería que pasara estrecheces y además la niña tendría necesidades y quería colaborar.

Aquél día, Mirtha se levantó cansada; apenas había podido dormir porque Keira así lo dispuso. La campanilla del móvil, la avisó de que tenía un correo. Era de Alfred, anunciándole que había efectuado la transferencia bancaria.  Eso la enfadó. ¿ Qué creía, que no era capaz de mantener a su hija y ella misma?  Ese enfado era motivado por la mala noche pasada y el cansancio acumulado de días  Le respondió de malos modos, es decir descargó en él el malestar que sentía, y la rabia que crecía en su interior al comprobar que pasaban los días y su situación no cambiaba, al pensar que él viviría tranquilamente a su aire. Y decidió responderle agriamente

- Gracias, pero ni lo quiero ni lo necesitamos. Puedes suspender el envío

Aquello fue como una puñalada para él. porque no lo esperaba en esos términos tan despectivos, y se reafirmó en lo que pensaba:  nunca le había querido. Se temía que, de seguir así las cosas, su hija ni siquiera llegaría a conocerle, y esa sensación le decidió  volver a Dublín, y tratar de comenzar una nueva vida . Se buscaría algún abogado, y sería libre de hacer y deshacer cuanto quisiera.  Pero pensó que no debía dejar sin respuesta ese correo tan áspero:

- Ya sé que no lo necesitas, pero se trata de mi hija.  Haz con ello lo que quieras, no me interesa, ni tú tampoco. Así cuando sea mayor tendrá un dinero para que haga lo que quiera.  Ni siquiera has tenido el detalle de enviarme una fotografía tuya, y hoy por hoy, aún eres mi mujer, y yo si te he querido siempre.  No volveré a molestarte. Te avisaré cuando tengamos que ir al abogado.  Te deseo lo mejor.

No esperaba esa respuesta tan rotunda, pero por otro lado creyó que se la merecía.  El había tratado de que estuvieran bien, y a cambio le había tirado su dinero a la cara.  En lugar de mejorar su estado de ánimo, había empeorado, y abrazada a Keira, rompió a llorar.

Terminó de arreglarse y acudió a su trabajo con toda normalidad. Había quedado con su madre, que irían a comer; no la apetecía, porque había visto en el espejo el reflejo de un rostro demacrado, con ojeras profundas y violáceas y el cabello algo descuidado.  La madre se lo hizo notar al verla, pero ella de nuevo comenzó a llorar .

- Nunca te entenderé, hija mía ¿ Qué te pasa? ¿ Por qué no le has escuchado?  Es un buen hombre que os quiere.¡ Lástima, que pudiendo ser tan felices  estéis así ! No lo entiendo

- Déjalo, mamá. Son cosas nuestras, eso es todo.


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