lunes, 10 de septiembre de 2018

Algún lugar en la tierra - Capítulo 11 -La gran ciudad

La conversación que mantuvo con Alan fue algo tensa, pero no le dijo la verdad sobre sus motivos.  Ella misma se estaba cerrando la única puerta que podría dejar abierta por si acaso las cosas no le salían como esperaba  Dos días después iba rumbo al aeropuerto  No se despidió de Alex. No había tenido ocasión, ya que él había salido de viaje con ganado hacia no sabía donde.  Tampoco quiso dejarle una nota.  Nada; cuanto más fría se mostrara, sería más fácil para él decir adiós a ese amor que decía sentir.

El aeropuerto Kennedy la recibió con un día triste, algo lluvioso.  Quizá la metereología se había aliado con su corazón.  Mil dólares por capital es lo que llevaba en el bolsillo, todos sus ahorros. No sabía lo que darían de sí, pero confiaba que antes de que se terminaran pudiera encontrar un trabajo.  Para dormir aquella noche buscó una pensión barata, muy barata, en la que no pudo dormir por los gritos de peleas y músicas a todo volumen.  En cuanto fuera de día se pondría en contacto con el abogado que llevó los asuntos del padre, a ver si por su mediación podía conseguirle algo.  Pero como todos, el abogado había cobrado su minuta y no quería saber nada de ella.  Recurrió a las amigas más íntimas, a las que siempre imvitaba a alguna comida o fiesta, pero por casualidad, todas estaban fuera de casa.

Y se dió de bruces con la realidad.  Con esa realidad que Alex le había anunciado y que presentía, pero que mantuvo un rayo de esperanza, ahora claramente desvanecido.  Se lanzó a la calle, compro el periódico y buscó, buscó, pero nada que se ajustase a su preparación.

- No importa -, se dijo-  Buscaré otra cosa

Y así buscando encontró en la limpieza de un albergue de drogadictos en la que estuvo a punto de ser violada por uno de ellos.  Trabajó sólo una semana y no volvió más.  Le daba un miedo espantoso.  Tuvo que dejar la pensión porque el dinero se agotaba.  Recurrió a una parroquia de Brooklyn a la que recurrían las personas que estaban en su situación.  Al menos allí pudo cenar esa noche y tuvo una colchoneta para dormir.  Y de nuevo con las primeras luces del día se levantó y salió nuevamente a la calle en busca de trabajo.  Consiguió para servir copas en un bar que no estaba mal pagado, pero a cambio, sobretodo por las noches, tenía que lucir grandes escotes para atraer a la clientela en su mayoría hombres de mala catadura.  Ni siquiera lo intentó.  Prefería limpiar retretes antes de ser manoseada por esos babosos.

Se acordaba más que nunca del rancho y veía el rostro de Alex recriminándole que no estaba preparada, por mucho que ella lo creyese.  No tenía más remedio que estar de acuerdo con él.  Pero el paso estaba dado e intentaría lo que fuera, antes de agachar la cabeza y pedir socorro.
Volvió a la parroquia y el párroco volvió a socorrerla.  Escuchaba sus lamentaciones  un voluntario que ayudaba en uno de los albergues que colaboraban con ese cura, se acercó a ella y la dijo

-¿ Te interesaría mujer de limpieza en alguna oficina?
- Desde luego.  Me interesa todo lo que puedas ofrecerme,.  Bueno todo, todo... según lo que sea.
- Te entiendo.  Os he escuchado. Este trabajo es serio y no pagan mal, sólo tiene un inconveniente: hay que trabajar de doce de la noche a siete de la mañana.
- No importa, dime dónde he de ir a solicitarlo.

Un rayo de esperanza asomó a sus ojos. Dormiría por el día.  Si, pero ¿dónde?  Hasta que no cobrara el primer mes no podría alquilar nada.  Ni siquiera una habitación mugrienta en aquella pensión.  Pero ya se las buscaría.

Constantemente recordaba a Alex, y no podía evitar que las lágrimas se le saltaran.  Le recordaba demasiado a menudo para ser sólo por un rato de placer.  Era algo más hondo y había descubierto lo que la ocurría.  ¿ Qué será de él ?   En todo el tiempo, desde que había llegado a Nueva York, no les había llamado ni una sola vez. La preguntarían seguramente dónde vivía. La pedirían su teléfono y no podía decirles nada.  Por eso no quiso llamarles,  Tampoco quería hacerlo para no saber nada de Alex.  No quería saber si estaba de viaje, en el rancho, si viviría con Olivia, o estaría organizando su boda.  Mejor así; ignorarlo todo aunque fuera triste y doloroso

Aceptó el trabajo de limpiadora y hasta que cobró su primer sueldo se buscó la vida como pudo.  Los últimos dólares que la quedaban los invirtió en la única comida que hacía al día; de esta forma estiraría el dinero y llegaría a fin de mes.  Para dormir, unas veces acudía a la parroquia, otras se metía dentro de una cabina de teléfono y otras veces en algún banco si no llovía. Algunas veces se miraba en los espejos de los baños de las oficinas en que limpiaba y contemplaba su imágen tan diferente a la que tenía antes.  Suspiraba y seguía adelante.

Cuando la pagaron el primer mes de trabajo acudió a la parroqia y les invitó a una cerveza al cura y a quién la había proporcionado el empleo.  Había perdido el orgullo pero nunca perdería el agradecimiento hacia las personas que la habían ayudado y entre ellas estaba el rancho al completo, con todos sus moradores.

Llevaba meses viviendo en Nueva York;  parecía que había pasado  una eternidad  de su estancia  en el rancho. Más o menos se iba acoplando a la situación que tenía.  Había desistido de encontrar un empleo en cualquier empresa, así que para vivir más desahogadamente se buscó otro por las mañanas, robándole horas al sueño, en un carrito vendiendo perritos calientes cerca de  Times Square.  Y rápidamente aprendió el manejo .  Se llevaba unos centavos por cada perrito que despachara.  Al final del día no era un gran capital, pero su economía mejoro.


Tenía libres en las oficinas los sábados y los domingos, ya que al no trabajar estos días, limpiaba al terminar la jornada del viernes.  Durante el fin de semana trabajaba hasta por la tarde en el carrito y ese era un ingreso más que añadir.

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