martes, 11 de septiembre de 2018

Algún lugar en la tierra - Capítulo 16 - Casados

Alan y Davinia regresaron de su luna de miel.  Parecía que habían rejuvenecido.  Se les notaba que eran felices y que todo iba bien entre ellos.  Davinia era apreciada por todos;  era una buena mujer que había sabido encauzar la vida de Alan y sin serlo, hacer las veces de madre para Alex, al que quería mucho.

El rancho seguía su marcha ahora en la oficina bajo el control de Anna.  Alan estaba encantado con la nueva situación porque veía a su hijo más feliz que nunca y merecía serlo, al igual que Anna.  Había hecho un buen trabajo mientras ellos estuvieron de viaje, a pesar de tenerse que poner al corriente en unos pocos días.  Ahora todo estaba en orden y funcionando con normalidad.

Davinia tomó las riendas de la marcha de la casa y se encargaría de organizar la boda de los chicos que lo querían lo más pronto posible.  A pesar de trabajar en el mismo lugar, cada uno desempeñaba una tarea distinta, y durante la jornada, a penas coincidían, pero cuando el horario se cumplía cenaban juntos, y después salían a dar una vuelta para estar a solas y conversar sobre su futura boda y todo lo que conllevaba.

Anna ocupaba el cuarto de invitados y las viejas costumbres impusieron que ambos novios no durmieran bajo el mismo techo,    Había habilitado un anexo a la casa principal del rancho, pero era totalmente independiente de la casa grande.  Quería tener intimidad con su mujer, sin dejar por eso de frecuentar el resto de la casa, en la que seguían viviendo sus padres y trabajaba su futura mujer Anna.  Todo seguiría igual, pero a la hora de ir a la cama, quería soledad con ella, sin miedo a que se oyeran ruidos extraños, aunque normales en un matrimonio de recién casados.

 Constaba de un dormitorio amplio, un salón, y otra habitación más pequeña que serviría como despacho para ambos.  También contaba con una pequeña cocina.  Ese sería su apartamento de recién casados, al menos de momento.
Alex se trasladó a vivir a la cabaña que había hecho como futuro hogar.  Ellos se reían de todo ésto, porque luego al quedarse a solas, cuando paseaban , los sentimientos afloraban incontenibles, y los prados eran testigos de su amor  y de nuevo se establecía esa conexión tan especial entre dos seres que se aman con fuerza. Con tanta que son capaces de derribar barreras imposibles, miedos, vergüenzas pudores,.  Sólos,  ante ese amor que les desbordaba, por haber  sido duramente contenido pero incapaz de resistir por más tiempo la fuerza de esa pasión.  Cuando dos almas deciden unirse es imposible contener el deseo y la pasión.  Y en ellos se fundían  todos los anhelos a modo de compensación  del tiempo en que todo lo creían perdido.

Y una vez más el rancho se vió alterado por los preparativos de una nueva unión.  Todos ellos eran como una maquinaría perfectamente engrasada en que cada uno sabía lo que tenía que hacer.  Davinia era la que llevaba la batuta y la encargada de entenderse con los preparativos de la boda.  Debía estar todo perfecto y a punto.  Lo estaba disfrutando como si quién fuera a casarse fuesen hijos suyos, y lo eran, aunque no en el sentido estricto de la palabra.  Anna había recuperado su aspecto habitual y algo de peso.  Alex se embobaba cada vez que la veía y estaba pletórico de felicidad.

Y llegó el gran día y la gran boda.  Para seguir la costumbre, Alex había dormido el día anterior en el pabellón de los obreros, aguantando las bromas que le gastaban, pero era tan feliz que les seguía la corriente sin importarle lo indiscretos que pudieran ser.  A penas dentro de unas horas serían marido y mujer, eso era lo que importaba:  un sueño conseguido.

Al enlace acudieron, no sólo los empleados del rancho, sino amigos de Alan y Davinia, rancheros de la vecindad y algún que otro amigo venido desde lejos. Alex se quedo asombrado al contemplar la entrada de Anna; era la mujer más bonita que existía en el mundo.  Su corazón palpitaba con fuerza y acelerado.  Los ojos se le empañaban.  Ni él mismo entendía cómo había llegado a amar tanto a esa personita, que del brazo de Alan avanzaba hacia donde él estaba.
 La misma emoción sentía Anna al ver al que dentro de unos momentos  juraría amor eterno.  Parecía más alto, más corpulento, y su mirada profunda abarcaba toda su figura mirándola emocionado. Era un hombre guapo que se había fijado en ella y ahora estaban a punto de casarse. Y se sentía absoluta y rotundamente feliz de hacerlo con quién consideraba el amor de su vida.

Avanzaba nerviosa, sonriente pero no veía más que a Alex, el resto de los asistentes , eran manchas borrosas en sus ojos.  Salió de su abstracción, cuando Alan la dejó frente al que iba a ser su marido.  Cada uno de ellos hicieron  sus votos, sin dejar de mirarse emocionados.Y ambos renunciaron a otras personas ajenas que irrumpieran en sus vidas perturbándoles, amarse, cuidarse mutuamente y compartir lo bueno y lo mano que la vida les envie.  Y el beso final, que fue aplaudido y vitoreado por todos.  Alex agarró por la cintura a su mujer y la beso al tiempo que ella abrazaba a su marido.

 Todo resultó perfecto; Anna echaba de menos a su padre y Alex a su madre, seriaa las únicas ausencias que empañasen su alegría.  En un aparte que pudieron hacer, Anna solicitó a su ya marido, que la llevase hasta el pequeño cementerio:  deseaba poner su ramo de novia en la tumba de su padre y un centro de flores en la  de Rose.  Y Alex la complació, y emocionados ante,  donde reposaban sus padres, se juraron amor eterno sellándolo con un beso.  Después se incorporaron a la fiesta durante un rato más, partiendo después en su coche rumbo al hotel que sería testigo de su noche de bodas.  Su luna de miel duraría quince días y recorrería  Dallas y Austin, yendo después a California.

 Su primera noche de casados estuvo plena de romanticismo y de amor.  Les parecía mentira que al fin hubieran conseguido su sueño, pero era cierto.  Nada ni nadie podría deshacer el vínculo que acaban de contraer; serían el uno para el otro.  Ambos se cuidarían mutuamente, su protegerían y sobretodas las cosas se amarían con toda la intensidad de que fueran capaces. Con la misma intensidad que tenían en sus encuentros prohibidos antes de casarse que les hacía sonreír. Ya eran marido y mujer y el significado de esa palabra tan común abarcaba muchas cosas que van ímplícitas en ella.

Pero Alex quería que esa noche, su primera como casados, no fuese igual que cualquier otra. Amaba a aquella menuda mujer con toda su alma y sus sentimientos y deseo le desbordaban.  Quería seducirla, lentamente, poco a poco, para que también para ella fuese especial. Y la besaba recorriendo su cuello mientras introducía sus manos en el cabello acariciando su cabeza. Ella entornaba sus ojos y le dejaba hacer, al tiempo que poco a poco sentía cómo comenzaba a hervir la sangre en sus venas.  No quería que aquella dulce espera terminase, pero al mismo tiempo se sentía impaciente  ante el ritual que se avecinaba.  Dejaría que él la transportara al infinito haciéndola sentir que estaba viva y viajarían juntos a la estratosfera y juntos aterrizarían de nuevo en la tierra conseguido ya el sumo placer de pertenecerse.  Alex besaba la boca de su mujer mientras alcanzaban el máximo placer.  Quería sólo para él las sensaciones que ella pudiera sentir, y que fueran solo para ella las suyas.  Y fue intenso. Su amor había obrado una vez más el extasis del placer formando un sólo cuerpo donde había dos.  Ya habían consumado su matrimonio.  Y había sido muy especial y muy distinto a la pasión que hubieran podido sentir antes.

No querían separarse e hizo que ella se tumbara sobre él.  Necesitaba sentirla a lo largo del cuerpo, no sólo en un abrazo, sino en todo el.  Respiraban entrecortadamente, pero Alex seguía acariciándola y susurrando que la amaría eternamente y que había sido su obsesión, pero compensado con creces con la expresión de amor que acababan de vivir.  Y se quedaron dormidos, hasta que pasado unos momentos buscaron una postura que sin separarse, estuvieran pegados uno al otro. Y abrazaron sus cuerpos con los brazos y las piernas, formando una especie de nudo que sólo podría deshacer si de nuevo se pertenecieran.

Se despertaron tarde, no tenína ninguna prisa, y por otra parte la noche había sido larga e intensa. Ni siquiera deseaban desayunar. Se sentían como dos adolescentes que se amaran por primera vez, y justo eso fue lo que hicieron, con la misma intensidad y pasión que sintieron en su primera noche.


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