domingo, 8 de septiembre de 2019

El orden y la Ley - Capítulo 1 - La decisión de Rose

La noche había sido dura y eterna. Era ya casi de madrugada cuando Rose Patton y su compañero, entraron en la jefatura. Aún les quedaba mucho para irse a casa:   el papeleo, que era casi tan duro y pesado como la propia ronda que acababan de terminar.  Le quedaba el consuelo de que al día siguiente, tendría toda la mañana para dormir, que era lo que más ambicionaba en la vida.

No habían realizado ninguna detención, pero habían acudido a  llamadas de mujeres apaleadas por sus parejas, riñas de matrimonios, algún raterillo que otro y problemas de aparcamiento indebido. Lo suficiente para demorarse por lo menos una hora en hacer los informes.  Su compañero Freddy tenia un buen resfriado y no se encontraba muy bien, por lo que Rose se ofreció a hacerlo por él.  Hacía poco que había salido de la academia de policía, y estaba en esa fase de cumplir a rajatabla el reglamento.  Durante las primeras semanas había  tenido que aguantar las consabidas novatadas, pero pronto se ganó el cariño de sus compañeros más cercanos.  Era voluntariosa y no miraba el riesgo que pudiera tener en cualquier salida.  Siempre había deseado ser policía, y ese deseo no la venía de familia, sino de un accidente que presenció y la ayuda que un agente prestó a los accidentados.
 No había probado bocado desde el mediodía y tenía un hambre atroz, y aunque los bocadillos de la máquina no la seducían, por una sola vez comería uno, acompañado de una CocaCola. Le gustaba más la cerveza, pero aún estaba de servicio y no debía tomar alcohol.

Tenía su pequeña moto aparcada en el garaje de la policía y no vivía muy lejos.  Lo que menos la gustaba era que lloviese porque, a pesar de ir con cuidado, podía resbalar debido a que las ruedas estaban super gastadas. No podía comprar otras nuevas, en este mes no; había tenido gastos extraordinarios y tenía que esperar a cobrar al mes próximo.  Su salario no era muy grande así que tenía que mirar con lupa los gastos que tuviera y ese mes había dado la fianza de un pequeño apartamento.  Pero era feliz:  tenía un trabajo que la gustaba y se había independizado.  Poco a poco iría consiguiendo las metas que se había trazado.

Era muy tarde cuando terminó su jornada y estaba cansada.  Se desperezó y dejó los informes en la mesa del Jefe, cogió su gabardina y salió de la comisaría.  Levantó la mirada hacia el cielo y comprobó que al menos no llovía

- Llegaré a casa enseguida. Ahora no hay mucho tráfico.  Se dirigió al lugar en donde estaba aparcada su moto y la puso en marcha.  Desde lejos fue saludada por otros compañeros que, como ella marchaban a sus casas o de patrulla.  Les deseó buena suerte y se dirigió hacia la salida.  El fresco de la noche le dio en el   rostro  y le agrado sentir la brisa nocturna

Metió la llave en la cerradura y respiró aliviada:  al fin estaba en casa. Todo estaba en orden, tal y como lo había dejado esa mañana al salir.  Sonrió satisfecha y recordó el sermón de su padre reprochando que lo elegido como profesión sería un disparate y volvería cabizbaja de nuevo a casa en cuanto se diera cuenta de que no es como en las películas, que existe el peligro real y ella había tenido la protección familiar desde siempre y,  que en la ciudad no la tendría.

Estaba destinada a dirigir,  junto a su padre, el extenso rancho que la familia poseía, pero su pensamiento era otro. Se ahogaba en ese lugar tan pequeño y sus fantasías juveniles, hicieron poner su mirada en Nueva York.  Allí encontraría toda clase de oportunidades, amigos y lugares donde divertirse sin tener que esperar al sábado para ir al cine, o ser la comidilla de algunas de sus vecinas que se llamaban amigas.

Cuando cumplió los dieciocho años, y tras un soberano disgusto de su padre, hizo el petate y decidida ingresó en la Academia de policía de la ciudad de Nueva York. Su padre la había entregado un sobre conteniendo tres mil dólares y con ese dinero tendría que arreglárselas.  Se buscó una pensión económica y quizás algún trabajo para ayudar en los gastos que tendría, porque el dinero se termina más rápido de lo pensado.

Y terminó sus estudios brillantemente, y su padre viajó desde Tejas para presenciar su graduación.  Siempre había pensado que regresaría a  casa en cuanto se le terminara el dinero, pero aguantó estoicamente para no dar su brazo a torcer.  En el fondo, y aunque no se lo dijera, estaba muy orgulloso de Rose.

Y su primer destino fue en Manhattan;  sus compañeros silbaban en tono de guasa

-¡ Vaya ! A la zona de money. ¡ Menudo debut vas a tener! Pero ve con cuidado, también allí matan a la gente y roban.  Claro que tu seguro que servirás el café y redactarás informes de todos.
- ¿ Creéis que no soy capaz de ayudar a mi compañero si lo necesita ?
- ¡ Claro que sabemos que vales para eso !  Pero eres novata así que recorrerás las calles durante toda la jornada.  Esto no es tan bonito como lo pintan en las películas.
- Bueno, está bien.  Ya os daréis cuenta.

Era su debut, su primer día fuera de la academia y en el distrito 47.  Sabía que tenía que demostrar  que servía para eso.  A veces se preguntaba por qué eligió esa carrera y no otra más normal, pero siempre la pregunta se quedaba en el aire y a su memoria llegaba el accidente, esa era su respuesta.

Y repasó mentalmente todo lo aprendido, que parecía haberlo grabado a fuego en su memoria. Sabía que una cosa era la teoría y otra la práctica, que ella llevaría a cabo costase lo que costase. Atrás no había dejado ningún novio. Si había salido con chicos, pero se le quedaban pequeños, quizá porque su mentalidad estaba muy lejos de allí.
No había ninguno que le gustara especialmente, y no renunciaba al amor;  esperaba que algún día llamase a su puerta.  Era apasionada y a la vez reflexiva.  Sabía cuales eran sus prioridades, pero de momento lo estaba siendo la profesión que había elegido, y por tanto a ella se consagraría con alma y vida.
Era bastante guapa y bien proporcionada, lo que hacía que sus compañeros solteros revolotearan a su alrededor constantemente.  Pero tenía la suficiente picardía, para seguir el juego  sin ir más allá que ella no quisiera. Por todos era respetada y día a día iba adquiriendo confianza en sí misma y veteranía.  Inteligente y aguda, siempre veía el otro lado de una misma verdad.
Medía  más de metro setenta y cinco, con buen tipo y una sonrisa perfecta que provocaba dos hoyuelos en sus mejillas cada vez que reía.  De cabello castaño al igual que sus ojos. Descendiente de un terrateniente tejano y madre criolla mejicana, así que tenía el encanto de ambos mundos.

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