domingo, 8 de septiembre de 2019

El orden y la Ley - Capítulo 2 - La Ley tenía un nombre

Había nacido en Nueva York, inteligente y sagaz hasta decir basta.  Había sacado la carrera de Derecho a base de becas por los excelentes resultados obtenidos. Era deportista, pero lo justo, así que el deporte no le sirvió para ingresar en la universidad de Columbia.  Viviría en casa y no en el campus  y así sus padres no tendrían que gastar tanto dinero en él.  Había supuesto un gran esfuerzo para ellos el que fuera a la universidad y debía corresponder de alguna manera, y no encontró mejor forma que el sacar la carrera con notas brillantes.  Al licenciarse, ya tenía ofertas de dos o tres despachos que deseaban contar con sus servicios.  De momento aceptó uno de ellos, pero ese sería un trampolín para adquirir experiencia sobre el terreno, para después optar a uno de los más brillantes y renombrados de Nueva York:  Pacston Asociados.  Ese fue su sueño y su meta desde que decidió estudiar la carrera.  Sabía que picaba muy alto pero tenía mucho tiempo por delante para conseguirlo.  Cuatro años después de licenciarse entraba  en el edificio del soñado bufete, en el que se llevaban los más renombrados casos de todos los estamentos sociales del país.  Y obtuvo un despacho propio y un becario como ayudante.  En su puerta una placa de bronce con su nombre: James Donovan - Abogado.

Su siguiente paso sería que le nombraran socio y esperaba que no tardando mucho así lo hicieran.  Su nombre comenzaba a sonar en los juzgados, y muchos eran los personajes que solicitaban sus servicios, por eso estaba esperanzado en que su nombramiento no se hiciera esperar.

De complexión fuerte, alto, muy alto.  De cabello castaño claro, ojos grises y simpático.  Se sabía admirado por sus compañeras que trataban por todos los medios de llevarle al huerto.  Pero él no estaba por la labor, aunque en alguna ocasión no desperdiciaba  la oportunidad de pasárselo bien con alguna de ellas.  Pero también tenía muy definidas sus prioridades y metas:  no comprometerse hasta alcanzar sus objetivos.

Era célebre en los juzgados.  Durante el tiempo que llevaba ejerciendo la abogacía, había perdido muy pocos casos.  Tenía fama de inflexible y con miles de recursos para salvar a su defendido, pero siempre dentro de la ley.  Los únicos casos que no admitía eran sobre los traficantes, tanto de drogas como de seres humanos.    Tenía confidentes en cualquier barrio de la ciudad con los que podía contar siempre, porque siempre James, había sacado de apuros a algún ladronzuelo que robaba para sobrevivir, generalmente en la calle. Ellos  eran fieles y fiables, pues sabían que Jimmy, como familiarmente era conocido, les compensaría por su información con unos dólares que les permitirían vivir al menos dos o tres días

- Es un tío legal -solían comentar algunos de "sus protegidos"

Vivía en un moderno y confortable apartamento que usaba también como despacho.  Casi siempre tenía trabajo que llevarse a casa, sobretodo si tenía algún juicio pendiente en fechas próximas.  Se había ganado una muy merecida reputación entre sus jefes y compañeros de oficio.
Hizo un alto en el camino y con una copa en la mano, se asomó al amplio balcón que rodeaba la fachada del edificio de su apartamento. Se veían las incesantes luces de la ciudad en su ir y venir, y nunca dormir.  Respiró profundamente y sonrió satisfecho por lo conseguido hasta ese momento.  A otros compañeros les llevaba toda una vida  lograrlo.

No es que fuera el más inteligente, pero sí el más constante y audaz en sus averiguaciones buscando pruebas.  Frecuentemente, él mismo pensaba que se arriesgaba en exceso y que en alguna ocasión le tocaría perder.  No mientras él estuviera convencido de la inocencia de su defendido, porque siempre hay dos versiones de la misma historia, y es lo que James hacía:  daba la vuelta al caso que presentaba el fiscal y lo analizaba desde el punto de vista del acusado y el por qué se veía involucrado en ese tema si se declaraba inocente.

El fiscal era un hueso duro de roer y por eso se volcaba al máximo para sacar del atolladero a la persona que había confiado su defensa.  En el ámbito personal eran buenos amigos, pero en cuanto entraban en la sala, eran dos titanes frente a frente.  Muchos estudiantes de Derecho, acudían a presenciar algún juicio en el que ambos rivales interviniesen.  Era una lección magistral de lo que es ser abogado aunque estén en bandos distintos.

Y ese día iban a defender y acusar a un muchacho de a penas veinte años, hermano de uno de sus confidentes, que había sido acusado de asesinato.  Lo tenía muy difícil, pero también sabía que era inocente, confiaba plenamente en que lo fuera, gracias a la cantidad de alegaciones conseguidas

Estaba citada como testigo por parte del fiscal,  la agente que había acudido al domicilio de la persona asesinada junto con el sargento correspondiente.  Ellos habían sido los primeros en acudir y registrar las pruebas junto a los forenses.  Rose estaba nerviosa.  Tanto la figura del fiscal como la defensa, la imponían mucho respeto. Se había preparado a fondo porque conocía las tácticas de ambos abogados, pero contaba, por un lado con el apoyo del fiscal y por otro el ataque sin tregua de la defensa.

Ya estaba todo el mundo en sus puestos, y los testigos fuera de la sala.  El alguacil de turno citó a Rose para intervenir en primer lugar;  después llegarían los forenses y así sucesivamente.  Todos esperaban que fuese un juicio rápido;  el fin de semana se acercaba y cada uno de ellos había trazado sus planes.  Aunque también conocían las tácticas del abogado defensor y podrían correr el riesgo que el juicio se prolongase sine die

Y se conocieron en ese preciso momento.  Nunca antes habían coincidido, aunque al moverse dentro de los mismos círculos, conocían sobradamente a quién tenían enfrente. James no sólo estudiaba las pruebas a presentar, sino también a los testigos que el fiscal presentaba, por eso conocía vidas y milagros de todos ellos. A los forenses les conocía desde hacía tiempo, pero esa agente era nueva.  Nunca se había cruzado con ella en los juzgados ni en ningún lugar que solían frecuentar tanto abogados como policías.  Supo que hacía cerca de dos años que había salido de la academia,  que era muy inteligente y avispada, por lo que no tardaría en ser ascendida. La tendría en cuenta en el fichero de los seguimientos que hacía.  Este caso era especial para él, y por eso su defensa era personal y no pertenecía al bufete en el que trabajaba.  Había conocido a su confidente cuando era un chiquillo que se ganaba la vida como podía.  No tenía más familia que ese hermano que ahora iba a ser juzgado.  Le hacía las veces de detective por lo que le asignaba un pequeño salario para ayudar a vivir a ambos hermanos. No podía perder este caso; creía firmemente que era inocente.

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